Pepe, gracias por tanto
Por MARIAN ALBALAT
Hace unas mañanas, como siempre, la alarma de mi móvil me despertó, pero no era como un día más, con ella me encontré un mensaje que al leerlo no pude contener mi emoción. Era el padre Pepe Correcher de la Parroquia San Antonio de Dénia, me decía que se iba destinado a Plasencia y le gustaría despedirse de mí. La noticia sabía que tarde o temprano llegaría, pero yo, al igual que tanta y tanta gente a la que ha ayudado, la he sentido al conocerla. Y es que hay personas a las que la vocación les lleva a sembrar de amor allí por donde pasan, en silencio, sin hacer ruido, cogiéndote de la mano cuando vas a caerte, para saber que no estás solo.
El padre Correcher Blasco es de una raza especial, de esas que atienden sin censuras, de esas que comprenden el lenguaje de la calle, sin tener que compartir religiones ni opiniones, tan solo contagiado de la esencia de la vida: la bondad, el respeto y la humildad.
Su extensa trayectoria nos lleva a un punto de partida, a sus trece años, en el seminario de Toledo; más tarde cursa Filosofía en Plasencia y Teología en Turín. Allí, un joven Correcher, lejos de los suyos y sin permiso durante cuatro años, aún mantiene el recuerdo de las vacaciones en los Alpes en medio de la naturaleza. Sus inicios de sacerdocio trascurren en Plasencia, luego Dénia, Tui (Pontevedra) y Valencia, su tierra natal.
Toda una vida de entrega que los dianenses comienzan a conocer durante 1969; no fue hasta 1976 cuando se instaló en la ciudad como párroco y también profesor de religión en el Colegio Paidos y en el instituto. Sus facetas se han diversificado por numerosos ámbitos de la sociedad, siempre con un leitmotiv: tender la mano a los más desfavorecidos. Su ayuda trasciende lo material para tocarte el corazón; te escucha, te habla, te aconseja y sobre todo, entiende y empatiza como un amigo. Un párroco en el más amplio sentido de la palabra.
No en vano se ha ganado el aprecio de generaciones, creando la asociación de vecinos Baix La Mar o Gregal y Juniors para los niños, colaborando con medios de comunicación o llevando a cabo actividades de grupos de reflexión bíblica; todo para nutrirse de la sensibilidad del pueblo y participar de sus inquietudes y preocupaciones.
Pero si algo me impresionó al conocer al padre Correcher, hace más de dos décadas, fue su dedicación y entrega a los pobres en el tercer mundo. Su larga estancia en Matola (Mozambique), sin duda, lo ha marcado. Su compromiso durante doce años en los poblados más humildes aportó la construcción de guarderías, escuelas, centros de nutrición o pozos, pero también supo enfrentarse al sonido de las explosiones que causan muerte; a jugarse la vida en una zona minada para salvar a un niño o atender improvisados partos donde los cordones de zapatos valen incluso para cortar el cordón umbilical. En un territorio ocupado por las guerrillas, desplazarse era toparse con los fusiles de frente. La miseria se mezclaba con el sufrimiento de una guerra civil, sin dar abasto a dar, y de tanto dar, dio hasta su salud; la malaria se apoderó de él. Pepe estuvo años luchando por recuperarse, pero ni por esas desistió.
África lo necesitaba y él también a ella, “crea dependencia” decía. Su espíritu misionero lo devolvió allí durante otro periodo, tres años más. La recompensa fue ver a aquellos niños que recogió en la calle, ya convertidos en jóvenes con sus familias, y la continuidad de sus proyectos a través de GRAMM Dénia Matola, Cáritas Parroquial y Manos Unidas Dénia, gracias a las aportaciones de los feligreses. Un hombre dedicado por completo a las causas humanitarias agradecía toda la riqueza espiritual que se había llevado con unas palabras recogidas en la web de GRAMM, dignas de resaltar: “Hoy, me queda el grato recuerdo de haberme enamorado y haber dado, incluso mi salud, a un pueblo que especialmente en aquella época se debatía en el sufrimiento. Pero también, la sensación de haber aprendido a valorar día a día, el desprendimiento con serenidad, vivir la entrega con otros con alegría y comprender que es la Divina Providencia la que finalmente guía nuestros pasos.” Allí donde la línea que separa la vida de la muerte es tan frágil, es muy fácil doblegarse, pero él mantuvo su entrega y fortaleza.
Su visión de la vida, influenciada por los viajes y cambios culturales, le ha permitido licenciarse en la Escuela de la Generosidad, para así apreciar distintos pensamientos y descubrir las relaciones con los demás bajo el prisma de la comprensión.
De vuelta a la Marina Alta, su carisma, alegría, extroversión, vitalidad, sencillez, humildad, generosidad, y sobre todo, su forma de ser y su humanidad, han hecho que lo admiremos, y por eso lo sentimos como el mejor de los amuletos, llamando a su puerta para una boda o bautizo, incluso a cientos de kilómetros. Pepe atiende a todos, pudiendo o sin poder, a los jóvenes y no tan jóvenes, con la destreza de evolucionar con los tiempos. En un mundo diverso ha sabido aglutinarnos bajo la bandera del respeto y eso nos ha unido a él. En una entrevista que me concedió para un programa de la televisión comarcal, recuerdo sus palabras como lecciones de vida: “La confianza que me deposita la gente ha hecho sentirme útil y enamorado de mi vocación.”
Su día a día está lleno de compromisos, su imparable agenda la agradecen cientos de enfermos y familiares del Hospital La Pedrera de Dénia, donde ha acudido casi a diario para compartir momentos difíciles, para acompañar a los que no tienen a nadie y para ofrecer una bocanada de aliento o una sonrisa que te llena el alma. Su labor es inconmensurable y quien haya tenido la suerte de cruzarse en su camino lo sabe.
A nuestro Vicente Ferrer de Dénia el destino le ha puesto Plasencia de nuevo a sus pies. Una nueva etapa se abre para ti Pepe, y en nombre de muchísimas personas, con el corazón en la mano, te deseo lo mejor, lo mereces. Cada uno tenemos fe en algo, decidimos seguir o no una religión, pero sin duda, tu presencia cobra sentido en nuestra vida para tomar impulso cuando Dios aprieta. Ya lo decía Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.” A sus ochenta y un años, Correcher ha llenado mares, es parte de muchas familias, nos ha tratado como hijos y por eso hoy merece que Dénia lo acoja como su Hijo Predilecto. Él es historia viva de una ciudad donde ha dejado enseñanza y huella; una ciudad que lo adora y que hoy ya lo echa de menos. Pepe, gracias por tanto.