Azulejos pintados a mano con sello de identidad

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  27/06/2021

Salomón Tárrega: “Hay que tener mucha paciencia y técnica para dominar el color”

 

DÍDAC VENGUT

 

Los musulmanes introdujeron el azulejo en Al-Andalus, tras popularizarse como un elemento clave del arte hispano-musulmán, se extendió por el resto de Europa. El azulejo se caracteriza por su poco espesor y por contar con una de sus caras vidriadas, lo que lo convierte en un elemento complejo y, en cierto modo, emocionante a la hora de decorarlo y pintar sobre él. A todos nos viene a la memoria la imagen de un baño o una cocina diseñados con azulejos y de (sobra) seguro que tenemos algún souvenir de algún viaje. Y también hay obras de cerámica en el exterior en palacios, iglesias, estaciones de ferrocarril, etc. En la actualidad, incluso, algunos artistas lo han reinventado y forma parte del denominado street-art. En Benissa, hay un maestro ceramista, Salomón Tárrega, que lleva más de 40 años pintando azulejos a mano con diseños únicos y personalizados, es decir, con identidad propia. El antiguo arte de la fabricación y pintura manual proporciona calidad, originalidad y tradición. Se trata de dibujar y colorear trabajos para rótulos y números, azulejos religiosos, temas decorativos y para alicatados de baños, cocinas, zócalos de patios, cenefas, escaleras, etc. También hace réplicas de azulejos antiguos y para fachadas.

Parece sencillo este arte pero es más bien todo lo contrario. Primero se realiza el dibujo en tinta negra, generalmente sobre una base blanca, aunque también hay azulejos en gris. Luego hay que pintarlo pero con una condición: hay que pensar que la cocción del azulejo determina, y mucho, el resultado final, es decir, la gama de colores.  “El rojo no se puede mezclar, debe de ser puro, porque si no acaba siendo gris”, comenta Tárrega. En su caso pinta los azulejos al agua, con óxidos de tierra o colorantes que vienen de la época de los árabes. “Esta técnica”, cuenta, “no te permite errores, no puedes cambiar nada. En las pinturas de cuadros puedes rectificar, disimular o tapar huecos pero aquí no. Te la juegas a un solo intento y, si te equivocas en lo más mínimo, vuelta a empezar desde el inicio”. La experiencia que le dan los años y el oficio le permiten avanzarse a la reacción de los colores tras su paso por el horno. “El 90% del diseño está en mi cabeza antes de meterlos en el horno. Hay que tener mucha paciencia y técnica. Debes saber cómo evolucionarán los colores que has elegido para que el resultado final sea el que buscas. Y no es nada fácil. No sé el número de piezas que he tirado porque no eran lo que quería”, subraya el maestro ceramista.

Los rótulos de cerámica con los nombres de las calles de Benissa son de Tárrega. Y también los de otras localidades como La Font d’Encarrós, Llutxent y Aldaya. “No hay dos piezas iguales al 100%. Aquí no interviene ninguna máquina, es todo a mano, y, además, las reacciones del color en el horno son también diferentes”, comenta el artista. El 80% de sus clientes, subraya, son extranjeros “porque valoran mucho el trabajo hecho a mano y el boca a boca es lo que más funciona”. En los azulejos es capaz de reproducir obras famosas de Picasso, Velázquez, Rubens, Rembrandt, Cézanne “o de cualquier otro autor”, matiza. También tiene encargos en los que deja volar su imaginación y disfruta mucho haciendo bodegones y paisajes de Benissa, Senija, Pedreguer, Teulada y otros rincones de la Marina Alta. 

De sus numerosos y variados trabajos recuerda el mosaico de más de tres metros situado en el Castillo de Moraira. “Me dieron una fotografía de 1955 en blanco y negro y tuve que inventarme el color, interpretarlo. Pero disfruté mucho”. Una de las piezas más grandes es de 6 metros de largo por 1’40 de alto con el logotipo del Colegio Internacional de Levante de la localidad de Torrent. 

LO TENEMOS EN EL ADN

El arte de pintar lo lleva en el ADN, según advierte Tárrega. Y es cierto porque “mis hermanos y yo nos criamos delante de un mural y lo vivimos desde niños”. Su padre, Salomón Tárrega, y su madre, Purificación Ribes, son pintores y sus hijos heredaron el amor por las Bellas Artes. Sus dos abuelos también fueron artistas, Juan Ribes, poeta, y Salomón, que pintaba abanicos. “Recuerdo de pequeño ver a mis padres pintando y, ya de joven, ayudaba a mi abuelo con los abanicos. Lo llevamos en la sangre”, dice Salomón. Entró en el mundo de la cerámica gracias a un amigo de su padre que tenía un taller en Manises. “Descubrí un mundo nuevo que me fascinó con 19 años. A partir de aquel momento, tenía claro que quería dedicarme a esto”, confiesa. “Mi padre me advirtió”, continúa, “de dónde me metía porque no es fácil. Él lo ha intentado en más de una ocasión pero no tiene la paciencia que esta técnica exige”.

Dos empresarios, Pepe Porsellanes y Marcos Crespo, le hacían tantos encargos que decidió trasladarse a Benissa y montar su taller. Y desde entonces –hablamos de 1988- no ha parado de trabajar. Y parece que su labor tendrá continuidad en el futuro. Su hija pequeña, Elena Tárrega, está ya en el último año de Bellas Artes y, si todo va bien, seguirá con la tradición familiar. “Tengo puesta en ella muchas esperanzas. Dibuja de maravilla y le gusta la cerámica. Le falta aprender la técnica del color y la cocción de los azulejos. Pero de eso me encargo yo”, advierte Tárrega. “Para mí sería un gran orgullo, como padre, poder trabajar con ella, una ilusión tremenda, hacer exposiciones juntos y lo que sea. Vamos a ver qué ocurre pero va por buen camino”, concluye.

En la exposición de su taller hay muchas piezas únicas y originales. Detrás de cada una de ellas hay muchas horas de dedicación y talento para dominar un lienzo que el calor y las altas temperaturas acaban de dibujar, nunca mejor dicho.

 

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