El jazz, la música de la libertad
DÍDAC VENGUT
Dicen los que saben que el jazz hunde sus raíces en la lucha por la libertad y la resistencia frente a la opresión. Quizás sea una definición muy conceptual, de manual, pero su esencia, la libertad, está muy presente en los músicos que lo interpretan. Hace unos meses supe de la presencia de Lolo García en la nómina de profesores de la Escuela de Música Moderna Sifasol de Benissa. García ha recorrido medio mundo con su saxo y son innumerables los proyectos en los que está metido. Desde el Claj Quartet, un cuarteto que interpreta temas propios dentro de una estética nu-jazz y The Jazz Messengers Project –quinteto que rinde homenaje a esta mítica formación- hasta Urband, septeto de jazz-fussion, y Bird Lives, tributo a Charlie Parker, con orquesta de cuerda y cuarteto de jazz. Y ahora está centrado en tocar en vivo los temas de su último disco, Lolo García & Even 8ths, un trabajo que ha grabado con el gran trompetista Juan Munguía.
Lolo considera que jazz es un término que, a menudo, se utiliza para incluir muchísimos estilos y formas de entender e interpretar la música. “Quizá esa es su grandeza porque el jazz abarca hoy en día prácticamente cualquier estilo aunque parezca una contradicción”, apunta. “Los músicos de jazz”, añade, “cada vez tienen una formación más amplia que incluye incluso el clásico, como en mi caso, ya que yo comencé desde ahí”. El estilo que más le interesa tocar es “el que me ofrece libertad y el jazz ofrece, de entrada, esa libertad”. “Ahora bien”, matiza, “desde el punto de vista de la composición, me dijo llevar por la creatividad sin etiquetas”.
En la amigable charla me confiesa que no sabe si es músico por vocación o por devoción. Vivió la música desde pequeño en casa porque su padre era un músico aficionado. “Mis recuerdos desde la infancia giran alrededor de la música. Ahora bien, no sé si yo la elegí o me eligió ella a mí”, subraya. García comenzó tocando el saxo y el piano a la vez “pero, poco a poco, el saxo lo encontré como algo muy conectado a mí. Quizás es la magia y la expresividad que tienen los instrumentos de viento”, apunta.
Otra de las ideas preconcebidas es la que considera el jazz como un asunto para minorías. En este sentido, Lolo opina que “depende de lo que se considere minorías. El jazz ha llenado y sigue llenando festivales de público, igual que el clásico”. ·Lo que es evidente”, matiza, “es que frente al pop, en cualquiera de sus estilos, no se puede comparar. La razón imagino que es la complejidad o el desconocimiento de las reglas del juego a veces”.
SALTO AL VACÍO
Un buen músico debe saber improvisar, dejarse llevar. Es como dar un salto al vacío sin saber dónde caerás ya que “cuando llega el momento de tocar, hasta el último segundo, no se decide por donde se va a empezar y por el camino se van tomando muchísimas decisiones constantemente que van cambiando el rumbo y la dirección de la improvisación”, dice. Es más, asegura que “siempre pienso que el primer espectador soy yo mismo, ya que soy el primer sorprendido por los aciertos o errores que a veces se cometen y forman parte de ese maravilloso y vertiginoso juego que es la improvisación”. Sus saxofonistas de cabecera son Coltrane, en el tenor, y Parker, en el alto, “aunque es evidente que por el camino del aprendizaje le ha robado muchas ideas a otros muchos”, confiesa García. Y de los modernos, Michael Brecker y Chris Potter y, por pedir, le gustaría tocar con Herbie Hancock, dice con una sonrisa.
Sus maestros han sido saxofonistas de la talla de Phil Woods, Paquito D’Ribera y Perico Sambeat, entre otros. Guarda un gran cariño y una admiración especial a Paquito D’Ribera “ya que me acogió en su casa en Nueva York y en esos años era mi único referente a imitar y ese hecho me marcó muchísimo”. Sobre si los músicos de jazz de aquí están valorados o no, Lolo considera que “creo que, generalmente, quien lo merece y tiene el talento necesario obtiene el reconocimiento del público y la admiración y respeto de los compañeros de la profesión”. Es cierto, según su opinión, que el mayor apoyo hacia las disciplinas artísticas viene del ámbito privado “lo que conlleva un tipo de intereses generalmente diferentes al puramente artístico”, matiza.
De sus conciertos y giras por todo el mundo guarda un especial recuerdo de Méjico “por la calidad humana y la cercanía y admiración con la que el público trata y considera a los músicos”. Lolo ha colaborado en muchas grabaciones y proyectos y eso le ha permitido “conocer músicos increíbles”. “Eso es lo que realmente me ha hecho crecer”, explica, “y, al mismo tiempo, mantener la motivación e inquietud, ya que siempre he sentido que tenía cosas nuevas que aprender y otras por mejorar”.
LA MÚSICA ES COMO UN JUEGO
Una buen parte de su tiempo lo dedica ahora a su faceta como docente. Los fundamentos de un buen aprendizaje son, a su entender, la curiosidad, el disfrute por lo que se hace, la paciencia y el afán de superación. “La música es como un juego, que tiene una serie de reglas y nos aporta disfrute en su práctica”, indica. “El hecho de tener que tomar decisiones constantemente, como en cualquier juego, tiene que ver directamente con la improvisación y, a su vez, con la creatividad”, añade.
En sus clases enseña la técnica y los conocimientos básicos porque “la sensibilidad especial que tienen los buenos músicos les viene de serie”, dice. Es cierto que, según dice, “hay alumnos que empiezan, con ocho años o menos, y te das cuenta que ya tienen esa sensibilidad, aunque sus conocimientos o técnica no son todavía los suficientes para llevar a cabo todo lo que quieren expresar”.
Uno de sus alumnos aventajados, Josep Alemany, ha introducido la dolçaina en el mundo del jazz. Lolo considera que “es una apuesta muy interesante e innovadora, ya que el instrumento no está en su medio habitual. Pero la integración con el resto de instrumentos de la banda hace que la sonoridad resultante sea, cuanto menos, sorprendente”.
Palabra de maestro y con eso está todo dicho.