Mi pueblo
Un viaje “imaginario” a través de un tiempo real por el agradable, afable y bucólico pueblo de La Llosa de Camacho enclavado en el corazón de la Marina Alta
Son unos escenarios sin duda alguna de película y dignos de un guion nominado a un premio Óscar de Hollywood/ Casas centenarias hechas con amor e inteligencia exquisita que desconocían y ni tan siquiera podían haberse imaginado la revoluciónd e las nuevas tecnologías desde un punto de vista general y arquitectónico en particular que tendría lugar años después de ser levantadas/ Poder disfrutar el día a día de este marco incomparable es para mí como si volviera a nacer y volviese a agarrarme de nuevo a la vida con la fuerza más potente que existe en la Naturaleza
Por Joaquín Cantó Soler
Han transcurrido tan sólo 776 años (poco más de siete siglos y medio). Tiempo relativamente insignificante a escala geológica. Pero no tanto quizás si lo comparamos con una escala espacio/temporal de medida ordinal o de rangos. Cuando el Rey Jaime I de Aragón “arrebató” a los árabes el actual municipio de Alcalalí, para posteriormente donarlo a través de un documento de cesión a Dña. Berenguela Alonso de Molina en 1268. Tuvieron que pasar otros 57 años para que fuese adquirido por Hugo de Cardona, y en 1408 pasó a manos de D. Pedro Castellví (Señor de Alcalalí y Mosquera). Dos siglos más tarde, fue creada la Baronía de Alcalalí, la cual estaba configurada por los núcleos poblacionales de La Llosa, La Alquería y Beniatía.
Las primeras referencias escritas de las que tenemos constancia acerca del término de La Llosa datan de 1267. En 1506, un mercader de Murla compró la alquería de La Llosa. Y, tras una serie de transacciones de compra/venta en el tiempo, llegó finalmente a manos de D. Sebastián Camacho I, ciudadano de Oliva, notario y residente en Valencia, el cual amplió el término de la Llosa con la compra en 1557 a Francisco de Ávila de la alquería de Beniatía con todas sus demarcaciones y límites territoriales. Incluyendo: tierras, montañas, barrancos, fuentes y manantiales naturales. Sebastián Camacho I, mandó construir en el mismo sitio donde se encontraba la posada original, alquería o venta, la Casa Señorial. En honor a su nombre, pasó a conocerse con el tiempo en todos y cada uno de los municipios colindantes, como La Llosa del Sr. Camacho, que a través del tiempo evolucionó hacia su nombre actual.
En la segunda mitad del siglo XIX, Alcalalí se hizo cargo, desde un punto de vista económico/administrativo, del hasta entonces municipio independiente y, por tanto, pasó a ser una pedanía. El 4 de noviembre del 1992 se constituyó la Asociación de vecinos primero de marzo, que entre otros y múltiples objetivos en pro de este “pequeño”, pero bucólico pueblo enclavado en el corazón de la Marina Alta, inició la tramitación del expediente para conseguir que La Llosa de Camacho se constituyese en una entidad local menor con ámbito territorial inferior al de municipio (E.L.M.A.T.I.M). Siendo en la actualidad, y desde el 2 de abril de 1996, por decreto de la Generalitat Valenciana, una entidad local menor.
Este pequeño núcleo poblacional urbano dista tan sólo unos cinco kilómetros de Alcalalí y no más de 4 Km de Pedreguer. Tiene aproximadamente unos 188 habitantes, según el INE del año 2020.
Desde un punto de vista meteorológico y climatológico. Tanto La Llosa, como los pueblos de alrededor ofrecen una meteorología singular, especial y excepcional durante cualquier época del año. Sin lugar a dudas. Se puede practicar desde, senderismo, montañismo, paseos a través de bellos y hermosos paisajes por caminos rurales o simplemente dejarse llevar los menos intrépidos y aventureros por la simple y elegante “Ruta del colesterol” en su versión, modo: abreviado (desde la entrada del pueblo en dirección a Alcalalí, bordeando tan sólo un pequeño e ínfimo tramo en su inicio de la carretera comarcal CV-720, hasta llegar a la Plaza del pueblo y poder continuar el peregrinaje con destino final: la piscina y polideportivo municipal.
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Hablar de La Llosa de Camacho, para quien suscribe y ratifica estas palabras. Es hablar de sentimientos muy profundos y arraigados en el tiempo desde mi tierna infancia. Hablar de La Llosa es sagrado para mi gente y para mi pueblo -del cual me considero parte integrante. A pesar de llevar una vida eremita y anacoreta en mi humilde “Choza”, aparentemente y en plena naturaleza rodeado de pájaros, murciélagos, gatos, luciérnagas, salamanquesas y algún que otro batracio (sapo)-. Pero, insisto y reitero, tan sólo aparentemente, pues tengo una vida social como cualquier ser humano.
Me gusta juntarme con familiares y amigos de la infancia, estudios y trabajo. Tan sólo existe una única limitación a todo ello. Y es la de tratar de cuidarme lo máximo posible y no llevar una vida de excesos que no conduce a nada bueno. Después de llevar viviendo en el hermoso, bello y bondadoso municipio valenciano de Paterna casi 30 años de mi existencia y del cual me siento como un “hijo adoptivo” por la calurosa acogida que recibimos de sus gentes al llegar, y que recuerdo con cierta nostalgia en la primavera de 1994, tanto Airín (mi compañera sentimental actual a pesar de la distancia en el tiempo que nos separa) como un servidor por parte de sus gentes afables, amables, cariñosas y empáticas. Pero, sobre todo por esas amistades cultivadas a lo largo de todo este dilatado periodo de tiempo y que desde mi humilde “Choza” a más de 100 Km de distancia, aún conservo y los llevaré siempre, allá donde me encuentre, dentro de mi corazón. Ha sido una relación de amistad sana con algunos paterneros/as, sincera y honesta que nace desde los sentimientos más profundos del ser humano. Esas amistades, reitero, son intocables, inmutables y sagradas como la Familia o como las múltiples y diversas estrellas que pueblan nuestro Universo infinito. No existe dinero suficiente en el mundo entero (ni con el del Sres. Bezos, Gates y Musk, juntos. Las tres personas más ricas del mundo en la actualidad, según la revista Forbes y con todos mis respetos, sin ánimos de acritud, ni mucho menos de prepotencia) para poder pagar esos momentos tan felices, hermosos e inolvidables de paz y tranquilidad que vivo y experimento cada mañana con mis pequeñas, Sophie & Alexandra (dos gatitas de apenas 4 meses de vida), tomándonos un simple café con leche adobado con unas madalenas en la terraza de mi casita de campo (conocida popularmente y con tono cariñoso, “La Choza”) y observando las escarpadas montañas del Castellet d’Aixà y los verdes valles que engalanan sus extensos e inmensos paisajes que nos ofrece esta bondadosa tierra de secano, por cierto. Donde crecen y luchan por sobrevivir al cálido y seco verano, los limoneros, olivos (muchos de ellos centenarios y algún que otro milenario), algarrobos, almendros, cepas de uva de diferentes variedades y algún que otro naranjo y árbol frutal. Todo ello unido a la enorme e inconmensurable frescura y elegancia que se presenta ante el ojo humano.
Por no hablar de las vistas panorámicas aéreas espectaculares y que dejan sin respiración al común de los mortales en general y de forma especial a aquellos más sensibles o susceptibles a las emociones visuales que me proporcionan las dos cámaras integradas de mi pequeño, Drone smart. Además de las tomas fotográficas “in situ” desde los mandos de mi pequeño dispositivo electrónico en la terracita de mi casita de campo. Apenas sobrevolando unos metros de altura sobre el núcleo poblacional y las laderas de las montañas escarpadas y valles perfumados por el olor de las hierbas y matorrales que intentan a toda costa sobrevivir a estos calores intensos y continuos de la época estival en la que nos encontramos.
Son unos escenarios sin duda alguna de película y dignos de un guion nominado a un premio Óscar de Hollywood. Así como, esa exposición continua a una sobredosis de belleza conocida como el síndrome de Stendhal me provoca una sensación sublime totalmente indescriptible y de cuento de hadas. El aíre, puro, fresco y perfumado por la fragancia de las flores de los campos y barrancos que dio lugar al primer soplo de vida a nuestros antepasados, también ese mismo aire se llevó sus últimos suspiros. Estamos hablando con mayúsculas e insisto de ese, mi amado, querido y bucólico “pueblecito ignorado” (en tono cariñoso, jamás despectivo).
El olor de las flores perfumadas de final de primavera, anunciando la llegada de los intensos rayos de sol del duro y cálido verano que tuestan la yerba que crece entre los matorrales. El aroma intenso de los árboles y arbustos que se desprende en invierno tras una lluvia fina y refinada. Junto con el perfume de las plantas ruderales otoñales, anunciando que se acerca la caída de las hojas de los árboles. “Plagado” todo ello si cabe de plantas silvestres aromáticas y medicinales, junto con otras especies autóctonas y algún que otro endemismo de la Mariana Alta que se pueden encontrar en las laderas, caminos y barrancos de nuestra querida Llosa. Todo este compendium de acontecimientos son sin temor a dudas una experiencia vital, única e irrepetible en la vida para los receptores olfativos y visuales de cualquier ser humano. Incluso para ese ser humano aparentemente insensible a los sentimientos y emociones, se le podría pasar desapercibido todo este tipo de sensaciones y sucesos que nos regala día a día la “Pachamama” (la madre Naturaleza. Diosa venerada por los habitantes de los pueblos andinos).
Darse un pequeño pero agradable paseo por esas estrechas y pequeñas calles de La Llosa y observar el conjunto de casas adosadas en el casco urbano tradicional. Algunas de ellas, por cierto, construidas mucho antes de que se inventara el concepto o término de arquitectura bioclimática, tan de moda en la actualidad. Y ni qué decir tiene, mucho antes de que la variable ambiental en urbanismo y arquitectura fuese un término común y cotidiano en formar parte de nuestras vidas. Casas centenarias que desconocían y ni tan siquiera podían haberse imaginado ni en el mejor de sus sueños la revolución que tendría lugar años después de ser levantadas. Sí, me refiero a esa revolución de las nuevas tecnologías de hoy en día desde un punto de vista general y arquitectónico en particular. Casas hechas con amor e inteligencia exquisita donde durante el duro y cálido verano se respira un aire agradable y fresco sin necesidad de los aparatos de aire acondicionado, ni ventiladores. Y en el invierno mantienen una temperatura constante y un ambiente acomodado tan solo con el calor que se desprende en sus chimeneas naturales a base de leña de los árboles apeados en el camino por el paso de los años y no de sistemas sofisticados de calefacción, estufas, radiadores y demás dispositivos electrónicos en pro de un mayor confort y disfrute del ser humano.
Poder disfrutar el día a día de este marco incomparable es para mí como si volviera a nacer y volviese a agarrarme de nuevo a la vida con la fuerza más potente que existe en la Naturaleza (después de la fuerza del vapor y de la energía atómica y nuclear). La fuerza de la Voluntad, por aferrarme a la vida fuertemente y no dejarla escapar. Lo dice alguien con conocimiento de causa, sin duda alguna. Alguien que por experiencia propia ha tenido la oportunidad de acariciar desagradablemente la muerte de cerca en dos ocasiones espaciadas en el tiempo. La primera a la tierna edad de 17 meses de vida por la poliomielitis o parálisis infantil y en el año 2011 a causa de un cáncer oral de células escamosas, adobado si cabe por una metástasis que he logrado superar con mucho esfuerzo mental y con la ayuda de la inteligencia emocional.
La vida me ha tratado muy mal a mí. Pero, y por qué no decirlo, también me ha curtido ante las adversidades del entorno y pulido como un diamante en bruto, ante cualquier tipo de peligro o amenaza. Por tanto, no sería de justicia el que no reconociese que me lo ha compensado con creces dándome la oportunidad en dos ocasiones distanciadas desde un punto de vista espacio-temporal de renacer de nuevo como el ave Fénix y poder disfrutar de esos acontecimientos irrepetibles y únicos cada día cuando me acuesto mirando las estrellas del firmamento que pueblan la vía láctea de nuestro sistema solar, o bien al alba al levantarme con los primeros rayos de sol asomando tímidamente las montañas del Castellet d’Aixà. A ese “ente” omnipotente (todo poderoso). A esa extraña y misteriosa fuerza. Quizás tal vez a ese Ángel de la Guarda o como quieran Uds. llamarle, se lo debo todo. Alguien curtido en la batalla y pulido en el combate no le teme a la muerte. Pero, lo que sí le rogaría muy encarecidamente a ese “misterioso protector” que siempre ha estado conmigo en los momentos más duros y difíciles de mi vida; a ese, y reitero mis palabras, “ente misterioso omnipotente y omnipresente” le solicitaría y rogaría que me diese la oportunidad de “comprarle” tan sólo unas pocas “Onzas ” de Salud, para poder terminar la última etapa de mi vida en paz, tranquilidad, feliz conmigo mismo y junto con mis seres más queridos y allegados. No cuesta dinero a pesar de ser un bien muy preciado. Lamentablemente, sólo nos damos cuenta de ello cuando “acariciamos” ese viaje lejano al que nadie quiere emprender en su paso a través de las estrellas que pueblan el firmamento y es precisamente en ese proceso de tránsito hacia ese espacio infinito cuando uno se da cuenta que la ha perdido para siempre, siendo totalmente irrecuperable y ya nada se puede hacer (me refiero a la salud como todos Uds. se habrán podido imaginar).
Para terminar, y como corolario final, les dedico a todas aquellas personas que por circunstancias de la vida ajenas a su voluntad desconozcan la existencia de este “pequeño” paraíso en esta hermosa Tierra que les vio nacer; les brindo esta faena, hablando en términos taurinos. Va por ellos. Importa poco donde pasaremos el resto de nuestros días. Quizás no sean demasiados y por qué no aprovechamos la oportunidad de reservar tan sólo un pequeño espacio en el tiempo. Es decir, una “escapada” (real, in situ, no virtual) a este bucólico, pequeño (en cuanto a tamaño poblacional), hermoso, afable, bello y humilde pueblo formado por agrupamientos arquitectónicos de casas rurales adosadas y tan buscadas hoy en día en la era de la covid-19 (lamentable y desgraciadamente) enclavado en el corazón de la Marina Alta y que reitero por enésima vez. A ese pueblo que me vio nacer y a esa oportunidad que me ha ofrecido la vida nuevamente impagable a todas luces de poder regresar a pasar en él, si cabe, los últimos días de mi vida y que lleva por nombre desde hace siglos: LA LLOSA DE CAMACHO.
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Este extenso artículo sobre mi pueblo (constituye una excepción, ya que no trata de divulgación científica) pero está elaborado con amor y edulcorado si cabe de sentimientos muy profundos. Así pues, lo dedico en general a toda mi gente. Los lloseros/as y a los que, aún no siendo hijos predilectos, se consideran hijos adoptivos de éste pequeño paraíso terrenal. Pero, muy especialmente y de forma particular, al “tío Juanito y la “tía Rosita”. Ellos fueron mis segundos padres en la vida y que muy a mi pesar, lamentablemente y desgraciadamente, ya no están entre nosotros y a toda su gran bondadosa Familia y a la que considero desde tiempos ancestrales, también mi Familia. Ellos han estado a mi lado en los momentos más duros y difíciles de mi transito por la vida. Rosario Cantó (Rosarito, para mi) ha sido como la hermana que no tuve por ser hijo único. Y aprovechando esta excelente oportunidad que me brinda, José Vicente Bolta (director de Canfali Marina Alta) de difundir la ciencia y la tecnología a todas las personas que sientan pasión por ella y al cual le estaré siempre eternamente agradecido por ese gesto amable y generoso. Pero, sobre todo por haber confiado en mí ciegamente. Aún, sin conocernos personalmente. Va por ti, José Vicente, amigo si me lo permites. A mi prima hermana, Rosa Cantó y su marido Juan Sala que han sido, sin lugar a dudas, mi fuente de inspiración, creación y los pilares fundamentales que han sostenido mi cuerpo escombro (en tono cariñoso) en esta mi última etapa de la vida. Tanto desde un punto de vista pictórico a través de mis pinturas figurativas totalmente imaginarias que intento plasmar cada día en mis mini láminas de acrílico sobre lienzo. Y que aprendí a elaborarlas con cierta exquisitez como hacía mi maestro y amigo, Howard. A ese ser humano bondadoso, generoso e irrepetible, el Dr. Howard Kimmel (Dios lo tenga en su Gloria). De ese ser tan extraordinario aprendí a amar la pintura, el arte, la lectura y escritura en plan autodidacta. Sin ser profesional. Tan sólo un simple y humilde aficionado a estos placeres que nos regala la vida y no cuestan dinero, pero alimentan el espíritu y, si me lo permiten, inculcan y le proporcionan al ser humano unos principios y valores sólidos e inmutables en el tiempo. Estas semillas que sembramos hoy les serán trasmitidas a su descendencia a través de las futuras generaciones, qué duda cabe.
Reitero mis palabras, Juan y mi prima Rosa son los “culpables y responsables” de mi extrema felicidad y equilibrio emocional en estos momentos. Ellos me construyeron y rehabilitaron, con amor y delicadeza sutil, mi humilde “Choza” en Villa Cafrán en homenaje a mis fallecidos padres Francisca y Casimiro. Eso no se puede olvidar jamás y sobre todo cuando uno, a ciertas edades, comienza a olfatear, vislumbrar y acariciar el ocaso de los últimos días de vida sobre esta bendita Tierra que me vio nacer. Y como no, a esa persona que me prestó sus hombros cuando enfermé de la poliomielitis (parálisis infantil) a la tierna edad de tan sólo 17 meses de vida. Para poder cabalgar a través de bancales, montañas, valles y barrancos de nuestra hermosa y bondadosa Llosa de Camacho, hacia ese imaginario Universo infinito mencionado anteriormente. Y pudiese sentirme en esa tierna infancia añorada, como un niño “normal”, sano, fuerte y poderoso, montado a sus espaldas. A modo de El Cid Campeador sobre su corcel. Sobre su amada y esbelta yegua, Babieca.
A esa persona que después de mucho más de cuarenta años de su existencia, aún recuerda con cierta nostalgia la dirección donde me escribía sus cartas en el Colegio de Jesuitas (uno de los mejores de España en aquellos años), colegio en el que completé mis estudios de enseñanza general básica. Al igual que para mis entrañables amigos y a los que considero como hermanos, Juan Emilio Martínez y José Antonio García, con los que fuimos creciendo juntos con el paso de los años. Experimentando los placeres y sabores que nos ofrecía la vida. Madurando, descubriendo y degustando esas vivencias inolvidables e impagables que nos iba proporcionando el día a día, reitero, la vida y “prestándonos” tan sólo un pequeño espacio de tiempo fugaz, limitado y determinado en nuestra trayectoria a través del duro camino de nuestra existencia. Y cuyas amistades, aún hoy en día conservo. Son para mí, imborrables y perennes que permanecerán siempre en mi ser, hasta el último soplo de aliento.
Pero reitero mis palabras a esa persona que siempre ha estado a mi lado en los momentos buenos, pero sobretodo en los más difíciles de mi vida y que son precisamente donde se demuestran quienes son amigos de verdad. Para esa persona única e irrepetible que ha sido para mí, como el hermano que no tuve al igual que para mi hermana Rosarito, va dedicado éste pequeño artículo de nuestra amada, entrañable, adorada y querida Llosa.
Va por vosotros hermanos. A Pedro Elías Oliver Martínez (Pere, el Oliver, para los amigos), Juan Emilio Martínez (Emilio, para los amigos de la Peña gastronómica La Carrasca d’Aixà), José Antonio García (José, para los amigos y allegados) y como no, para ti hermana Rosario (Rosarito, para mí) y toda su Gran Familia con toda mi admiración, respeto y cariño.