Ser farero en el siglo XXI

Ser farero en el siglo XXI
  21/09/2020

Antonio Fontes, farero de Xàbia: “Mientras no se deje de navegar, los faros seguirán funcionando”

 

Del Cap de Sant Antoni a centro de interpretación del entorno: la profesión “más exigua” afronta la fase de reconversión de los usos de estas construcciones ubicadas en espacios privilegiados 

 

LLUÍS PONS

 

La parte más expeditiva y emocionante de todo el recorrido son los cien escalones en hélice espiral que conducen hasta “la joya de la corona”, en el punto más elevado del faro del Cap de La Nao de Xàbia, donde se encuentra la óptica giratoria que cada noche ilumina con sus rayos de luz el horizonte del Mediterráneo más javiense. Se trata de una lente de Fresnel, la que ideó en 1822 el físico francés Augustín-Jean Fresnel y que supuso una revolución en el sistema de señalización marítima desde tierra, dando paso a los faros tal y como se conocen en la actualidad.

            Hasta ese punto, a 122 metros sobre el nivel del mar, nos acompaña Antonio Fontes, el farero de Xàbia desde hace casi tres décadas. El faro es su casa y su vida para este viejo lobo de mar que se inició en la navegación en su más pronta juventud, que fue monitor de vela, cruzó el Atlántico y es licenciado en Geografía e Historia, entre su amplio currículum. Reconvertido ahora en farero, profesión que le permite ahora guarecerse de los respetables rayos del que considera el más verdadero de los dioses, el Sol, “al que no se puede ni mirar”.

            Llegaron a rozar los 300 fareros en toda España, ahora son mucho menos los que forman parte del colectivo profesional “más exiguo” que existe, según considera. Es una profesión vinculada a la señalización marítima terrestre que es tan antigua como la propia navegación, pero que ahora las nuevas tecnologías han dejado en un plano secundario. Esas majestuosas torres que se asoman a los acantilados para romper el horizonte del mar han perdido funcionalidad, iniciando una carrera que algunos auguran que concluirá con el apagado definitivo de los faros.

            Fontes no es de esa corriente de opinión. Es más, se muestra firmemente convencido de que “mientras no se deje de navegar los faros seguirán funcionando”. Es un erudito y un estudioso de la materia a la que, se nota, dedica tiempo y pasión. Nos habla del DGPS (Differential Global Positioning System), la innovación más avanzada que se ha introducido en los faros para, a través de los satélites y la trigonometría, realizar mediciones y posicionamientos exactos.

            En la práctica no sirve, admite, para la navegación moderna, ya que las mediciones milimétricas no tienen ningún sentido en el tránsito por ejemplo de las numerosas embarcaciones mercantes que cruzan por la “autopista” del Mediterráneo. Sin embargo tiene otros usos, por ejemplo en la construcción de mega estructuras como podría ser un embalse o mediciones topográficas. A pesar de toda la tecnología, insiste, “para un buen patrón no es lo mismo navegar sin la seguridad que dan los faros”.

 

EL FARO DEL CAP DE LA NAO

 

            Fontes es murciano de origen, pero con descendencia vasca. Estuvo dos años en los faros de Monte Igueldo y de la Isla de Santa Clara, en Guipúzcoa, antes de llegar a Xàbia hace 28 años. Recuerda aquellos inicios en los que enfilaba hacia su puesto de trabajo con la bolsa de herramientas, a la que añadía el polímetro y el cronómetro, el almuerzo y el agua para el sustento y el periódico plegado sobre el brazo.

            En el faro del Cap de la Nao consolidó su hogar, en la que fue la estancia destinada muchos años atrás a cuadra y granja de autosuficiencia, junto a un pequeño horno para hacer el pan. Porque en su origen el faro era un centro de autoabastecimiento. Con él se abrió después la carretera que une este punto a Xàbia, aunque aún así quedaba muy lejos el pueblo como para ir cada día con la caballería.

            Es un edificio relativamente joven -quizás de los más jóvenes de España-. Aunque su construcción arrancó algunos años antes, encendió la luz por primera vez en 1929, con un retraso propiciado por la falta de recursos, principalmente económicos. Desde entonces no ha dejado de iluminar el oscuro horizonte marino una sola noche con su particular destello -cada faro da su propia luz-. Y sin interrupciones, porque los faros han dispuesto siempre de mecanismos -correspondientes a cada época- para garantizar en todo momento el suministro eléctrico y su funcionamiento.

            El de La Nau se ubicó en un entorno tan estratégico como privilegiado, coronando un acantilado que simula la punta de una nave y que descubrieron los romanos de la época de Julio Cornelio Escipión en su rumbo hacia Cartagonova para combatir contra las trobas de Aníbal, según cuenta Fontes. Y quizás por ese parecido con la nave recibió más tarde el nombre de La Nao.

            Su función consiste principalmente en el mantenimiento del faro, junto al del resto de las instalaciones. La limpieza de los cristales, por ejemplo, suele ser frecuente porque hay que combatir a menudo con la suciedad que dejan los sirocos -viento terroso que proviene del Sáhara-, el paso migratorio de las aves -estorninos, principalmente- o incluso el polen de los pinos. Acumula muchas experiencias, pero recuerda por ser de las más recientes, a Gloria, el temporal que azotó el litoral este pasado mes de enero. “No recuerdo haber visto nunca unas olas como las de aquel temporal”, precisa. Vivir en un faro supone además convivir con el viento, a veces inaguantable. Por suerte el de La Nao se sitúa al resguardo de un pequeño montículo que desvía las fuertes rachas del norte.

 

FUTURO CENTRO DE INTERPRETACIÓN

 

            Los faros suelen alzarse junto a amplias estancias destinadas a viviendas y otros usos logísticos. Sin embargo, buena parte de estas infraestructuras han pasado a estar desocupadas y desasistidas, ya que cada vez son menos los profesionales que las atienden. Por ello, la administración se ha planteado desde hace unos años la posibilidad de reconvertirlos para usos complementarios, principalmente como recursos turísticos, entre los cuales figura la alternativa de centros de alojamiento.

            Ha sucedido recientemente con el otro faro javiense, el del Cap de Sant Antoni, construido en la segunda mitad del XIX y que se eleva a 165 metros sobre el nivel del mar. En principio planeó sobre él un proyecto para convertirlo en hotel con encanto, pero finalmente fue descartado. Ahora su futuro inmediato es un centro de interpretación de la Reserva Marina del Cap de Sant Antoni y del Parque Natural de Montgó. En esta iniciativa ha intervenido, dentro de sus posibilidades, el farero, quien considera un acierto su destino final.

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