Comer para ser feliz
??INÉS ROIG (*)
Hasta el momento sabíamos, que seguir una dieta rica en frutas, verduras y pescado era esencial para prevenir enfermedades como cardiopatías o diabetes; mantener los kilos a raya y un buen estado de salud en general. Desde hace algún tiempo sabemos que la alimentación es también básica para gozar de un cerebro saludable.
Para que el cerebro funcione de forma eficiente depende, al final, de un puñado de micros nutrientes, como las vitaminas B12 o B6, hierro, magnesio o ácido fólico, capaces de proteger a las neuronas frente a la oxidación y el envejecimiento, forzar la unión entre ellas o fortalecer sus membranas
Cada vez surgen más investigaciones que relacionan un mal funcionamiento del sistema nervioso con la dieta. La comida nos afecta, inevitablemente. Influye en como nos sentimos; las emociones dependen del cerebro y, en el fondo, de los nutrientes que le damos. No comer bien también repercute en nuestras capacidades cognitivas, como recordar, pensar, concentrarnos, así como en los niveles de ansiedad que experimentamos.
El azúcar es un arma de doble filo. Porque, a pesar de que lo necesitamos para sobrevivir, nos hace sentir irritables y ansiosos. Tomar más de la cuenta envejece las células sanguíneas y se asocia con una disminución de las capacidades cognitivas y un riesgo considerable de depresión y de Alzheimer.
Pensamos en azúcar y nos vienen a la mente, tal vez, dulces, caramelos, pasteles. Pero también pasta, pan, pizza y zumos de fruta. El problema es que a diferencia de las proteínas, que hacen que la vesícula biliar libere una hormona que le indica al cerebro cuando estamos saciados para que no tomemos demasiado, los carbohidratos simples no lo hacen. El cerebro tarda bastante en reconocer cuanto hemos comido.
La denominada comida basura es otro de los elementos que está minando nuestra salud mental, la ingesta de grasas trans y grasas saturadas, presentes en la bollería industrial, productos precocinados (empanadillas, pizzas, croquetas), salsas, aperitivos salados y galletas aumenta el riesgo de sufrir depresión.
Pero ¿por qué nos gusta y nos atrae tanto la comida que justamente va en detrimento de nuestra salud? ¿No resulta paradójico que alimentos que a priori nos hacen sentir bien, como una bolsa de patatas, un trozo de pastel de chocolate o un refresco, puedan hundirnos en la miseria? Eso pasa por dos razones: en primer lugar, porque la grasa y el azúcar actúan como dardos directos a nuestra diana del placer aumentando la secreción de serotonina, un neurotransmisor del cerebro que nos da la sensación de bienestar, de felicidad.
Y, en segundo lugar, por el comer emocional. Tenemos un sentimiento negativo, o incómodo, nos sentimos tristes y queremos hacer algo para evitarlo. No tenemos mucha tolerancia para sentirnos mal o bajos de ánimo. Entonces nos atiborramos a comer como una forma de medicar los malos sentimientos.
Pero ¿qué dieta es esa que nos recomiendan para mantener nuestro cerebro en buena forma y ser felices? Pues una con la que se nos asegura que no pasaremos hambre, que adelgazaremos sin estar irritables, en la que, lo más importante, no cuentan las calorías, sino los nutrientes. Rica en marisco y pescado; en verduras, fruta y carne; en huevos de gallinas camperas. Baja en azúcar y en carbohidratos refinados y en la que hay alimentos ricos en fibra, más saciantes.
Puede que la solución a gran parte de nuestros problemas pase, en buena medida, antes por la nevera que por el diván de un psicólogo. Se trata de conectar el cubierto con nuestros sentimientos, antes incluso de intentar cambiar nuestra perspectiva sobre la vida. Repensar nuestro comportamiento alimentario, para cuidar y mimar nuestro cuerpo y nuestro cerebro.
Si cambiamos nuestra manera de comer, cambiará nuestro estado de ánimo.
(*) Farmacéutica