Miedos
Verónica Monsonís (*)
En los niños hace falta diferenciar entre "miedos" y "fobias". Los miedos son evolutivos, es decir, forman parte del desarrollo normal del niño y a medida que los niños van creciendo, los miedos tienden a desaparecer. Llegados a la adolescencia e incluso a la edad adulta, muchas personas todavía padecen algún miedo desarrollado en la infancia. Este miedo que tenía que haber desaparecido, persiste y además, probablemente, sea muy intenso, llegando a interferir en algún aspecto de nuestra vida, causándonos malestar.
Muchos padres transmiten a sus hijos los miedos que ellos mismos padecen; lo más habitual es el miedo a los perros o insectos.
Hay que tener especial cuidado con ello, ya que sin darnos cuenta, estamos propiciando a que ellos teman algo que no han experimentado por si mismos. Si mama tiene miedo a los perros, posiblemente alguno de sus hijos, también tenga miedo. Si mama teme por la adaptación de su hijo al cole, el niño no se lo tomará nada bien; si tenemos una mala época y estamos nerviosos, nuestro hijo, estará tal y como nosotros; si tenemos un mal día, el niño también parecerá que ha tenido un mal día...
Debemos intentar manejar nuestros miedos y nuestra ansiedad, para no arrastrar sobre todo, a los más pequeños.
De normal, el miedo, no es malo, sino que nos activa para que nuestro organismo reaccione ante posibles peligros reales, apareciendo cierta ansiedad; así, de alguna forma hace que reaccionemos y actuemos acorde a la situación que estamos viviendo. Si este miedo es demasiado elevado o tiene una larga duración, y se asocia a estímulos que realmente no son peligrosos para nosotros, es entonces cuando se considera que hay un trastorno de ansiedad.
A la hora de diagnosticar un trastorno de ansiedad, ya sea en niños, adolescentes o adultos, deberá tenerse en cuenta, la intensidad, duración e interferencia que haga en la vida de la persona el miedo que padece.