Por qué el tiempo pasa volando… o que nunca pasa
INÉS ROIG (*)
Todos somos capaces de acabar ajustándonos mediante la adaptación a un sistema estándar de unidades temporales formado por los minutos, las horas y los días de la semana. A pesar de la eficacia de este sistema, sigue existiendo una gran diferencia en cómo percibimos el paso del tiempo, es decir, lo deprisa o lo despacio que parece que este transcurre. Puede que, cuando estamos esperando que un semáforo se ponga en verde, nos dé la sensación de que unos pocos minutos duran una eternidad, o que nos quedemos de piedra al darnos cuenta de que el año casi ha llegado a su fin.
¿Por qué se produce esta distorsión? ¿Qué la provoca? En primer lugar, están el sufrimiento intenso, el placer intenso, la violencia y el peligro. Los soldados, por ejemplo, suelen contar que, en el combate, el tiempo se ralentiza. La espera y el aburrimiento posiblemente sean las más conocidas. El aislamiento en la cárcel es su versión extrema, pero trabajar de dependiente detrás de un mostrador y no tener clientes puede causar el mismo efecto.
A veces, nos parece que el paso del tiempo se ralentiza cuando estamos haciendo algo nuevo, como aprendiendo una técnica difícil o pasando unas vacaciones en un lugar exótico. Así pues, percibimos que el tiempo transcurre despacio en situaciones en las que no está sucediendo casi nada o están pasando muchas cosas; cuando la complejidad de la situación es mucho mayor o mucho menor de lo normal.
Desde el punto de vista de un reloj o de un calendario, todas las unidades temporales estándar son exactamente iguales. Cada minuto contiene 60 segundos, y cada día contiene 24 horas. Sin embargo, estas unidades varían en función del volumen de información objetiva y subjetiva del que son portadoras.
Hay dos condiciones generales que pueden comprimir nuestra percepción del tiempo.
En primer lugar, están las tareas rutinarias. Cuando las estamos aprendiendo, requieren toda nuestra atención, pero con la práctica o la familiaridad, podemos dedicarnos a ellas sin prestar mucha atención a lo que estamos haciendo (como conducir de vuelta a casa por el camino habitual).
El desgaste de la memoria episódica es la segunda condición general que hace que parezca que el tiempo ha pasado deprisa. Esto es algo que nos afecta a todos continuamente. Los recuerdos de los sucesos rutinarios que llenan nuestros días se evaporan con el tiempo. A no ser que fuese una ocasión especial, probablemente haya olvidado las experiencias de todo un día.
Este olvido es más intenso cuanto más atrás nos remontamos. Como nuestra memoria del pasado se va desgastando, la densidad de la experiencia por unidad temporal estándar disminuye, lo cual hace que nos parezca que el tiempo ha pasado velozmente.
No obstante, las situaciones descritas más arriba son anomalías. Lo habitual es que no percibamos que el tiempo pasa, ni deprisa, ni despacio. En condiciones normales, 10 minutos tal como los mide el reloj también nos parecen 10 minutos.
Solamente algo que altere la rutina -una jornada de trabajo especialmente ajetreada o una pausa para reflexionar sobre el año pasado- reducirá la densidad de la experiencia normal, lo cual hará que tengamos la impresión de que el tiempo ha pasado volando.
Del mismo modo, un accidente de tráfico -un suceso discordante que nos llama la atención- llena al instante cada unidad temporal estándar con la experiencia de nosotros mismos y de la situación, lo cual hace que parezca que el accidente está pasando a cámara lenta.
(*) Farmacia Las Marinas.