Sol, arena y amor
??INÉS ROIG (*)
Si la primavera la sangre altera, el verano acaba revolucionando el corazón. El amor de verano es una experiencia vital importante para la madurez de la personas. Suele ser un amor especial por su brevedad, intensidad y por los buenos recuerdos que deja.
La biología, el ambiente que nos rodea y nuestro propio comportamiento contribuyen a ello. La naturaleza es una de las causas que contribuyen a ello. El verano, época del año en la que hay más luz, es el momento natural de reproducción, y en el fondo del cerebro se activa ese instinto. También estamos más descansados física y mentalmente, y al bajar el ritmo de trabajo desciende el estrés y rompemos las rutinas, lo que nos predispone a estar abiertos a nuevos estímulos.
En esta época de sol, arena y agua, se agudizan los estímulos visuales y sensoriales. El tacto entre pieles crea un vínculo de confianza especial en las personas. Cuando la relajación del verano coincide con un enamoramiento el cerebro se inhibe, se bajan las barreras y se deja paso libre al amor. Los mecanismos de defensa del cerebro se desconectan y se activan los de recompensa.
El amor de verano tiene una importante base biológica. El organismo genera un cóctel hormonal que hace que se disparen el deseo sexual y la predisposición al enamoramiento. La cantidad de testosterona del cuerpo varía dependiendo de la luz: cuanto más largo es el día, más aumenta el nivel hormonal. Lo mismo sucede con la serotonina, el sol favorece sus propiedades afrodisíacas, potencia el apetito sexual y aporta una mayor sensación de placer y euforia. Asimismo, las altas temperaturas y las actividades al aire libre hacen que la piel esté más descubierta y adquiera más importancia en la estimulación sexual que el resto del año; nuestra piel segrega más feromonas, que sirven para atraer, y aumenta la oxitocina, molécula del amor. También se suman al cóctel de la pasión las endorfinas. Se generan tras el ejercicio físico, pero también son fotosensibles, y en verano aumenta su presencia en el organismo.
No obstante, para evitar posibles desilusiones, conviene recordar en todo momento en que consiste un amor de verano. En muchos casos, los amores de verano están condenados a ser relaciones con fecha de caducidad. Pero no más que un amor de invierno.
Se pueden seguir tres consejos. El primero es vivir la experiencia con naturalidad desde el inicio al fin, hay muchas cosas que acaban y no pasa nada. El segundo es tener claro que de amor no hay que morir, el amor es para disfrutarlo, y merece la pena dure lo que dure. Y, por último, recordar que un amor corto no es insustancial, simplemente es un juego. De todos modos, nadie puede saber si una relación va a durar o no.
Los amores de verano, no obstante, ya no son lo que eran. Han cambiado y evolucionado al mismo ritmo que lo ha hecho la sociedad. Ahora hay mucha más movilidad social y cultural. Lo cierto es que cada vez es más fácil mantener un amor de verano a lo largo del año gracias a las nuevas tecnologías. Pero la tecnología no sustituye nunca la relación de piel que realmente forja un vínculo y nos hace sentir plenos. Además, tras volver a la rutina, lo más habitual suele ser que estas relaciones vayan enfriándose y se conviertan en un bonito recuerdo estival.
Pero uno no se puede proteger del desamor de la misma manera que se protege del sol. Curarse en salud no siempre es posible, ni tampoco recomendable, se tiene que vivir. ¿Hay algún torero que no tenga una cornada? ¿Algún futbolista que no sufra una lesión? Pues en el amor ocurre lo mismo. Algunas veces te tienen que romper el corazón. Cuanto más se implica la persona en la relación amorosa, más dolorosa puede resultar la ruptura al final del verano, pero también servirá para el crecimiento personal.
El amor de verano es una experiencia que probablemente hay que vivir en la adolescencia o la juventud para madurar. Aunque la relación salga mal, sirve para aprender. Es una experiencia que aporta ilusión, ganas de vivir y mucho autoconocimiento.
(*) Farmacéutica