GUILLERMO ARES: De amigos, dedos, corrupción y honestidad
Uno de los problemas de nuestro presente político es que el pueblo en general lee poco, se informa menos y de formación sólo si hablamos de dinero como objetivo final.
Pocos son los estudiantes que siguen una línea de vocación, las mayorías buscan una salida económica detrás de una carrera o un título.
En los colegios, institutos y universidades no enseñan a aprender basados en la historia, apenas tienen tiempo para ver una salida de futuro desde el presente.
Así las cosas, el pueblo actual, en sus distintas franjas de edad, no está informado de los orígenes de la política y sus políticos.
Como se usa leer poco, si cortito mejor, si no hay que pensar mejor aún, no hay un modo de introducir en la sociedad la idea de informarse antes de juzgar a un político, ese que en un ayuntamiento o en el Congreso, nos representará y luchará por su pueblo.
Mentira cochina, desde tiempos inmemoriales quienes acceden al poder olvidan rápido sus ideales, pocos son los que resisten a la tentación de mejorar su estilo de vida a la par de sus nuevos ingresos y ventajas.
El tango “Camuflaje” de los años 20 del siglo pasado, hace casi cien años, ya decía “...el que ayer viste en tranvía en colectivo o de a pie, hoy maneja coche nuevo sin saber cómo y por qué...” añadiendo clara referencia a que “todo es mentira disfrazado de verdad”.
Algunos provienen de ideas reformistas, de esas que pretenden ir contra “el sistema”, alegando realidades sociales que arreglar cuando sus modos y formas aplicados en otras latitudes han llevado a sus pueblos al desastre como tantos países sudamericanos en manos de dictadores disfrazados de “hombres del pueblo por el pueblo”.
¿Qué ejemplo es Venezuela?
O Cuba, una revolución para salvar al pueblo de una tiranía ultraderechista mediante una dictadura en beneficio propio y de unos cuantos mientras la gente se conforma y dice estar feliz en la miseria.
Informarse no es leer titulares en twitter o dejarse llevar por los discursos callejeros, informarse es leer historia, analizar cómo viven de verdad las sociedades que los políticos nos ponen de ejemplo, comparar sin entusiasmo ni tendencias, ser imparcial en los juicios de valor.
Sólo así evitaremos que alguien llegue a ciertos sillones cayendo en la tentación de colocar a sus amistades y familiares en sillas cercanas y cómodas.
Sólo así conseguiremos que quienes hablan y exigen honestidad sean honestos.
La cultura, el conocimiento, la formación y la información nos dan el poder para que no nos engañen.
Mientras este concepto no entre en la cabecita de las mayorías, siempre habrá corrupción, dedos y deshonestos.