In conversation with / En conversación con: Josep A. Gisbert Santonja: El Convento de Mínimos de Ondara

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  11/07/2022

ROSA RIBES FORNÉS

 

La figura de Miquel Vaquer, gran retratista y pintor de Ondara, nos permitía hablar la semana pasada en esta sección de la Virgen de la Soledad. Precisamente se celebran ahora las fiestas patronales en honor en la Soledad y aprovechamos la ocasión por habla del Convento de Mínimos y la devoción a la patrona.

No se puede asegurar con certeza cuando empieza el culto a la Virgen de la Soledad. “Si leemos la Historia de Ondara de Robert Miralles -dice Josep A. Gisbert- se ve como hay una publicación, que tiene ahora poco más de un siglo, donde remonta a finales del siglo XVIII la devoción a la Virgen con la donación de una imagen al convento”. Ahora bien, el arqueólogo se pregunta si el hecho que en esa fecha se diera una imagen a parecido de la Virgen de Paloma de Madrid, “que es un poco su predecesor porque es allí el primer lugar donde hay una verdadera devoción por la Virgen de la Soledad”, quiere decir realmente que a finales del selge XVIII empezara esta devoción. 

J osep A. Gisbert tiene la teoría que desde el momento fundacional del convento de Ondara debería de haber un altar dedicado a la Virgen de la Soledad. Se solo una hipótesis que, como todas, se tendría que comprobar registrando en los archivos y con documentación que lo avalara. Se basa en la relación entre la Orden de Mínimos de Sant Francesc de Paula, fundadora del convento, y la devoción a la Virgen de la Soledad. Así lo deja patente, por ejemplo, una medalla del siglo XVIII que tiene por un lado la imagen de la Virgen de la Soledad y por la otra, la de Sant Francesc de Paula. No quiere decir que la medalla esté relacionada con Ondra, pero sí permite ver que hay un vínculo devocional entre el santo y la Virgen. “Es muy posible -explica- que desde la misma fundación de los Mínimos, con independencia que el convento estuviera dedicado a la Concepción de la Virgen Maria, hubiera un vínculo devocional en el convento por parte de los Mínimos hacia la Virgen de la Soledad”. 

Con Gisbert hemos hablado de cuestiones relacionadas con Ondara en varias ocasiones. Para él, presentar en cualquier lugar de la comarca algo relacionada con la historia o el patrimonio no deja de ser un gozo. En el caso de Ondara, en verano de 2020, realizamos un interesante reportaje con Àngela Giner, de Juguetes Giner, sobre la fábrica de guitarras de su padre. A finales de 2021, aprovechando una conferencia que dio el arqueólogo en Beniarbeig, nos introdujimos en la cuestión de las vías y las villas romanas importantes existentes en la comarca. Nos detuvimos en las excavaciones y la necrópolis de la partida Vinyals -una de sus primeras excavaciones, “justo cuando estaba realizándose todavía el que ahora parece antiquísimo, la autopista A7”, recuerda-. Y la semana pasada, como ya hemos dicho, dedicamos en esta sección un artículo a un buen pintor de la comarca, conocido pero en cierto modo olvidado, Miquel Vaquer, gran retratista y gran pintor de bodegones y flores. Realizó algunas pinturas murales de interés en la década de los 40 y 50 en parroquias de nuestro alrededor, edificios que habían sido desmantelados durante la guerra civil, y hablamos también del cuadro de la Soledad que se va rifar en el programa de fiestas del año 1949. El cuadro se quedaría finalmente en el templo que aloja la Virgen de la Soledad. 

Siguiendo el hilo del relato, a nuestro interlocutor le vino en el jefe un libro comprado hace muchos años, la Crónica General de la Orden de los Mínimos, de Sant Francesc de Paula, su fundador. Subraya que uno de los conventos de Mínimos importantes que hubo en la Provincia de València, y que estuvo instituido y fundado a principios del siglo XVII, fue el de Ondara, donde siempre ha habido una devoción especial por los Mínimos. “Buena prueba es que todavía en el siglo XX -indica- a muchos de los que nacían en Ondara se ponían como nombre de pila Francesc de Paula”.

La Crónica General de la Orden de los Mínimos fue editada a Madrid en 1619 y presenta el estado de distribución y expansión de la Orden. En el s. XVI prácticamente solo había 3 conventos en el ámbito del que después sería la Provincia de València de la Orden de Mínimos. Eran lo de València, con la iglesia dedicada a San Sebastián y Sant Francesc de Paula, fundado en 1537 y la iglesia consagrada el 1547; el convento de Alaquàs, fundado el 1534; y el de Castalla, fundado el 1586. En el primer tercio del s. XVII, cuando se funda el convento de Ondara, hubo una expansión importante de la Orden.

Quién eran los actores de la fundación de estos conventos? A veces, dice Gisbert, era la propia villa. Pero en la mayoría de los casos eran los nobles señores que tenían la señoría de un lugar determinado y que querían dar una muestra de munificència y de bien hacer de cara a la sociedad. Se fundaron así muchos conventos, como lo de los Franciscanos y las Agustinas en Dénia, este último ligado a la figura del Duque de Lerma. “De alguna manera”, añade, “estos nobles señores invirtieron una parte de las ganancias impositivas de sus señorías fundando estas instituciones, como las de la Orden de Mínimos, que eran en una primera época para hacer el bien, cuidar a los enfermos y también para la contemplación. 

El convento de Alaquàs fue fundado el 1534 por Jaume Garcia de Aguilar, señor de la Baronía de Alaquàs, y el de Castalla por el Duque de Mandas el 1586. Después hay una diáspora y una expansión y de tres, en el momento de la publicación del libro (1619) ya son 9 en la Provincia de València. El Duque de Gandia funda el 1603 el Convento de la Pobla del Duc; la Vila funda el mismo año un convento en Viver; en la ermita de Montserrate, el 1605 se funda el Convento de Mutxamel; el Marqués de Guadalest funda el de Ondara el 1611 y el 1616, el Duque de Lerma funda el de Jávea.

Josep A. Gisbert recuerda con una sonrisa cuando Robert Miralles, el diciembre de 2013, le hizo llegar su libro Ondara. De los orígenes a 1900. “No sé cuántos años estuvo haciéndolo , pero yo diría que como mínimo 20 -apunta- y con él hizo realidad uno de sus sueños”. Después de haberlo releído recientemente, recomienda su lectura. En los capítulos que van del siglo XVII al XIX, se puede encontrar todo un tipo de documentación sobre la historia del convento, el momento fundacional, su arquitectura, como evoluciona en el siglo XVIII, qué tipo de actividad doméstica y profesional realizan los frailes Mínimos, el proceso de desamortización del siglo XIX y los usos que tendría durante siglos XIX y XX, “todo muy bien documentado”. Ayuda también el libro, asegura, a ver qué era el contexto de la Ondara de principios del siglo XVII. 

El convento el funda Felipe de Cardona, el Marqués de Guadalest, tres años después de la expulsión del moriscos y en pleno proceso de repoblación, “malos años -como él dice- porque la expulsión supuso un verdadero horror para las arcas de la nobleza valenciana al faltar la mano agrícola, fundamental para salir adelante sus campos”. Felipe de Cardona firma el mismo año 1611 la Carta de Forestación de Ondara y puerta adelante la fundación del convento. “El contexto está muy bien estudiado, con un conjunto de referencias documentales donde se donja a conocer qué era el estado de Ondara el 1609”, matiza. Robert Miralles relata que disponía de 160 casas de moriscos, en aquel momento abandonadas y objeto de forestación, y 30 casas de cristianos viejos, en su mayoría funcionarios relacionados con el gobierno y la práctica impositiva de la Señoría del señor de Guadalest. Gisbert recuerda que la aljama morisca en este lugar era realmente notoria e importando hasta el momento de su expulsión.

La fundación del convento supone la entrada de una serie de aspirantes, provenientes de la nobleza y de familias acomodadas, pero también otros que quizás no lo son tanto. El nivel cultural de los que lo integran originariamente y durante los siglos XVII y XVII es alto. Son bien conocedores del latín y de la gramática, “tan bien conocedores que, como vemos también en la obra de Miralles, durante épocas determinadas uno de los trabajos que realizan estos monjes es precisamente la docencia, la formación de niñas y niños de Ondara”. 

Es esa cultura que estaba insertada dentro del convento la que posiblemente feudo que en el siglo XVII hubiera un interés por los hallazgos arqueológicos que se realizaban tanto en Ondara como la ciudad romana de Dinaium, al Huerto de Morant de Dénia, subraya el arqueólogo. Esto permitió atesorar una col•lecció de inscripciones que estaban dentro del edificio y dentro de las huertas del convento. Algunas todavía se conservan en Ondara. 

Sobre su origen, Gisbert explica que siempre se había pensado que alguna de ellas podría pertenecer a una villa romana existente en al propia Ondara o a alguna de las dos villas importantes que tiene el término municipal, una de ellas Vinyals. “Pero el que ha dado la investigación arqueológica sobre la tipología de estas inscripciones nos ha hecho ver que al menos dos de ellas, publicadas como provenientes de Ondara, en realidad pertenecen al Forum de Dianium”, señala. Formarían parte de la decoración del Forum, de esos pedestales con epígrafes o inscripciones con los característicos rombos a los lados de los cuales hablamos en otro artículo de la serie Descubrir Dianium. Obras como las del sistema murari renacentista de la parte norte adyacente al Huerto de Morant propiciaron la aparición de algunos monumento epigráficos. “Fue el momento que estos cultos monjes decidieron trasladar alguna de las inscripciones en Ondara, como ocurrió también con la que se conserva a la ermita de Santa Paula de Dénia, todas ellas provenientes del foro de Dianium”. La historia y el patrimonio, como vemos, están entrelazados.

 

“Ondara, villa del partido de Denia, provincia de Alicante, dista de Valencia quince leguas [...] Los vestigios de población antigua que se encuentran en esta villa, dice nuestro autor, manifiestan que fue considerable en tiempo de la dominación romana, púas que en ella hubo seviros, decuriones y personas notables de las gentes Terencia, Junia y Emilia. Los ancianos refirieron al autor haber visto en sus tiempos muchas inscripciones a más de las que existían, las cuales emplearon en obras particulares, y recordaron haber visto un edificio de cantería, que creyeron de la más remota antigüedad, y de donde se sacaron muchos sillares que aprovecharon los vecinos en sus obras. Afirma el autor que se descubrían parte en aquellos cimientos, así como también le mostraron varias monedas de colonias y municipios españoles, romanas y del bajo imperio, encontrades en aquella localidad y en sus inmediaciones. [...] la callo llamada de Serra se veían muchas piedras labradas de edificios romanos, la mayor parte cuadradas cono huecos lo centro de tres pulgadas de hondo y dos de luz, los cuales según Vitruvio servían para que en ellos hiciesen tomada las tenazas cono que se agarraban para colocarlas en su lugar”.

 

Párrafo estrecho de la obra de Antonio Valcárcel de Saboya y Moura, conde de Lumiares y príncipe Pío, publicada por Antonio Delgado en las Memorias de la Real Academia de la Historia (Madrid, 1852)

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