A la luna de Valencia: Perdonen las molestias
Estoy delante de la pantalla del ordenador, que espera anhelante a que me decida a rellenarla con cuatro pendejadas. No tengo el síndrome del papel en blanco, ni tampoco tengo la mente en blanco. Ideas me sobran. ¿Qué para qué las quiero? Es cierto. No me sirven para nada. Algunos, pocos, las leerán, incluso puede que estén de acuerdo en los conceptos vertidos. ¡Qué más da, si nadie va a mover ni un pelo de la cabeza! Pues aunque el viento sople fuerte, con ponerse la boina o el sombrero, basta para no que no se remueva ni un pelo de sus cabezas.
¡Qué más da que la escuela pública esté agonizante! Nadie, en su sano juicio llevará sus retoños a los barracones, más parecidos a esos contenedores en los que nos traen desde países emergentes, los productos que antes fabricábamos, y muy bien por cierto, aquí en España. Si alguien protesta, es cosa de la izquierda, los sindicatos, de un profesorado que quiere trabajar poco y cobrar mucho. Como todos los que trabajan, que trabajan mucho, dando gracias de poder hacerlo, aunque el precio de su trabajo sea el mínimo para subsistir y mantener el consumo.
¡Qué importa que el copago sanitario esté cada vez más cercano y que dentro de poco la salud no será gratuita ni universal! ¡Mejor! Así estaremos más cerca de los países "ricos", que si son ricos será por algo, tal vez porque se gastan poco en servicios públicos, que no son productivos ni producen beneficios.
¡Que nuestros trasportes públicos sean de los mejores del mundo, hoy por hoy, no es importante! También lo eran los de la Gran Bretaña y ahora, según he leído, su velocidad es la misma que tenían en 1939. Todo un avance a imitar.
Dejémoslo por hoy. Perdonen por las molestias, como dicen algunos carteles colgados a la puerta de un establecimiento, que ha cerrado porque los propietarios han perdido hasta el pelo, arrancado por el vendaval que llega desde los mercados.