El colapso del turismo en la Costa Blanca (V)
Es previsible que el turismo en la Costa Blanca y en otros destinos termine colapsando antes o después, pero las carreteras ya se colapsaron en los años sesenta y en la actualidad siguen colapsándose todos los veranos. La carretera nacional 332, principal eje vertebrador de este territorio antes de la construcción de la autopista de peaje AP-7 (por fin gratuita desde enero de 2020), no estaba diseñada para la avalancha de vehículos que trajo consigo la explosión turística, y los atascos y embotellamientos que empezaron a producirse ya hace sesenta años fueron antológicos, como bien reflejó la prensa de la época con bastante frecuencia. En el verano de 1970 el diario Información, de Alacant, publicó un suplemento especial titulado “Alicante Turismo 70”, resultado del trabajo de varios de sus corresponsales, que recorrieron de norte a sur la provincia por el interior y por la costa fotografiando las interminables caravanas de automóviles que se amontonaban en las carreteras y en las travesías de los pueblos. No obstante, el propósito de ese extenso reportaje gráfico no era el de documentar la invasión de visitantes y el caos circulatorio que ocasionaban, sino glosar la prosperidad y el desarrollo que el turismo estaba trayendo a estas tierras.
Como el resto de las carreteras nacionales españolas, proyectadas y construidas a lo largo del siglo XIX y principios del XX, la N-332 atravesaba todos los núcleos de población de su largo trazado, incrementándose el colapso circulatorio y causando graves problemas de seguridad a los habitantes de estas poblaciones. Es cierto que el paso de la carretera nacional por los núcleos urbanos suponía un importante estímulo comercial para estas localidades (gasolineras, talleres mecánicos, hostelería…), pero a un alto coste en seguridad vial y en deterioro de la calidad de vida de sus moradores que hoy resulta inasumible.
El colapso turístico de las carreteras secundarias de la Costa Blanca en general, y de la Marina Alta en particular, en cambio, sería más tardío. Todavía en los años noventa del pasado siglo eran relativamente tranquilas y transitables en verano. Ya no lo son. Aunque han recibido muchas mejoras desde entonces, no fueron proyectadas para absorber la alta demanda actual. El recorrido entre Benitatxell, Moraira y Calp, que antaño era una agradable y pintoresca excursión, a día de hoy ha perdido todo su encanto en los meses estivales, para volverse incluso peligroso. El gran volumen de tránsito rodado, unido a la temeridad de muchos conductores al volante de potentes deportivos o de turismos de alta gama, que conducen por estas carreteras como si de un circuito de carreras se tratase, tomando las curvas a gran velocidad, apurando las frenadas, invadiendo el carril contrario, realizando adelantamientos casi suicidas, y otras muchas maniobras arriesgadas, han convertido este itinerario en un corredor enloquecido y absurdo, en donde impera la ostentación, el estrés, el vértigo, la competencia y la prisa por llegar a la playa, al supermercado, a la vivienda residencial, al banco, a la oficina inmobiliaria, al restaurante de comida rápida o a la tienda de material náutico. Alguien que venga a esta zona esperando encontrar descanso y sosiego en sus vacaciones, desde luego va a equivocarse de sitio. Alguien que venga buscando paisajes y entornos naturales atractivos, tampoco los encontrará. La expansión incontrolada del fenómeno turístico hace tiempo que acabó con ellos.
Sobrevivieron todavía algunos lugares tranquilos y con encanto que no estaban excesivamente masificados ni desvirtuados por la colonización turística. Era el caso de Moraira, de la Cala de la Granadella, en el término de Xábia, y de otras calas y playas en el extenso término de Benissa, entre otros. Ya se han perdido para siempre. Ya hay demasiadas casas, demasiados automóviles, demasiada gente. Cientos de miles de personas rivalizando entre sí por hacerse con su propio espacio vital y defenderlo, como si de una lucha territorial se tratara, pero ese espacio vital ya se está mostrando insuficiente para todos, y más allá del ámbito exclusivo de la propiedad privada, empieza a demostrarse indefendible. Es innegable el derecho de cualquier ciudadano a poseer uno o varios automóviles y a comprarse las viviendas que desee para veranear en ellas en los lugares que más le plazca, siempre en función de su poder adquisitivo y de su estatus social. Es igualmente innegable que el turismo resulta necesario y aporta desarrollo y riqueza en todos aquellos territorios en donde se implanta y arraiga con fuerza. Pero todo tiene un límite, y ese límite está ya muy cerca de ser traspasado, con consecuencias imprevisibles. O quizá, más bien, con consecuencias demasiado previsibles. (Continuará).