Empezar con buen pie
??INÉS ROIG (*)
La primera comida del día es importante por muchas razones, como prevenir la obesidad y favorecer el rendimiento físico e intelectual. Sin embargo, aunque todo el mundo lo sabe, al desayuno no se le suele dar la importancia que merece. Las prisas nos hacen desayunar rápido y mal, o directamente no desayunar. No hay nada peor a juicio de los nutricionistas, para nuestra salud, pero también para nuestro rendimiento físico e intelectual.
El componente fundamental de cualquier desayuno deben ser los hidratos de carbono. Combinándolos con otros elementos que permitan mantener la energía por más tiempo como proteínas, grasas y fibra conseguimos el desayuno más adecuado para nuestro cuerpo.
La primera comida del día debe contener, por tanto, tres componentes irrenunciables: hidratos de carbono (lo mejor pan integral y cereales, la bollería está permitida una vez por semana), una fruta entera o en zumo (natural, eso sí) y cualquier tipo de lácteo (leche, cuajada, yogur o preparados de soja, avena…). Sin embargo, el aporte de calcio de la leche no se puede sustituir totalmente por estos preparados, por lo que una buena solución podría ser la leche sin lactosa. Las tostadas con mantequilla y mermelada son una buena opción, pues suma hidratos, calcio, vitaminas y fibra, aunque la mermelada no sustituye a la necesaria pieza de fruta fresca.
Aunque es fundamental mantener la combinación estructural hidratos-lácteo-fruta, es recomendable variar de vez en cuando lo que desayunamos. Por ejemplo, variando los tipos de pan, incorporando diferentes frutas… La variación es un punto clave en la dieta, porque no todos las frutas tienen las mismas propiedades, ni todos los cereales son iguales.
Al levantarnos, llevamos entre 8 y 10 horas sin ingerir nada. El metabolismo de la persona es distinto por la noche, cuando es un metabolismo de reposo, y el origen de la captación de energía son los ácidos grasos. Es un modo que permite el descanso. Pero al despertar, tenemos un metabolismo de alerta y necesitamos glucosa, que introducimos a través de los alimentos, para ponernos en órbita. No hacerlo, entorpece los niveles de atención, comprensión y de captación de información, que en el caso de los niños puede conducir incluso al fracaso escolar.
Los distintos tiempos del día impactan de manera diferente en los procesos metabólicos. En las primeras horas de la mañana, entre las 6 y las 10, el organismo tiene una mayor eficiencia metabólica, es decir, utiliza mejor el aporte energético que por la tarde o la noche. Quemamos más calorías aunque el desayuno sea contundente, porque nuestro organismo procesa mejor el exceso de energía...
Hay que moderar las grasas saturadas, tanto en el desayuno como el resto del día, pero se pueden incluir huevos de vez en cuando y aumentar la presencia de cereales. El fraccionamiento de las raciones es clave para evitar la obesidad. La misma cantidad de alimentos repartida en varias tomas nutre suficientemente pero su aporte calórico es menor, ya que la digestión es un proceso que gasta energía, y por tanto hay una menor propensión a engordar. Por eso es mejor realizar cinco comidas que tres.
Si pasamos más de 10 horas sin que el organismo reciba un aporte de calorías, desde la cena hasta media mañana, el cuerpo responde acumulando reservas para adaptarse a la situación, y por tanto hay tendencia a engordar.
Está demostrado que se desayuna más y mejor cuando se está acompañado de otros miembros de la familia y el desayuno se prolonga más de diez minutos. Es tan solo un pequeño momento de la mañana que ayudará a tener una vida mucho más saludable.
(*) Farmacéutica