Escritos de verano (IX): De gorras y sombreros (y2)
Escribo esto tras guardar unos minutos de silencio por el magno incendio que ha dejado sin flora, y también sin fauna, una parte de nuestra tierra.
Hemos hablado de la gorra; y haremos alusión a un dicho como el vivir de gorra. Pero decía que ahora el médico me indica que debo habituarme a llevar sombrero. La verdad es que los primeros días uno se siente extraño de ponerse el sombrero, pero con el paso de los días este elemento se torna habitual, bien es verdad, que también para los demás tienes una imagen y aspecto que les causa extrañeza y si al ir por la calle detectas que no recibes saludos como antes de aquellas personas que conoces, no te alarmes; es que no te re-conocen.
Cuando el médico me lo dijo, lo comuniqué a la familia y como eran los días anteriores a los que los Reyes Magos distribuyen sus regalos entre niños y mayores, me dijeron que escribirían una carta muy especial a los mismos que firmarían todos los nietos para que los reyes me trajeran un sombrero, pero tenía que darles la medida de mi cabeza, ya que de otra forma los Reyes Magos podían traerme un sombrero que no me cupiera o que me viniera grande. Les dije que los Reyes Magos, por ser precisamente magos acertarían con las medidas, no obstante se las di para que en la misma carta las pusieran.
Efectivamente, la mañana del 6 de enero, en el espacio que los Reyes Magos tenían reservado para dejar sus regalos, apareció el sombrero que me trajeron. Y me venía a la perfección para mi cabeza, pero era muy elegante. La elegancia del sombrero me creó dudas sobre si ponérmelo o no y hubo uno que me dijo: Sabes lo que te ocurre; que te crees tan importante que crees que todos se fijan en ti cuando vas por la calle. No tengas tan elevado concepto de ti mismo y piensa que nadie te ve. Efectivamente, salí a la calle despreocupado y nadie se fijó en mí.
Pero el sombrero, envejece y el sudor de la frente cala en el mismo y al poco tiempo una sombra aparece en el ala del sombrero. Esto hace que tenga que comprar alguno para tener re-cambio y acomodarlo a la indumentaria que lleves. Pero si las gorras a veces las regalaban las casas comerciales, los sombreros no ocurre lo mismo y he observado que sirve de reclamo en alguna competición deportiva (de carreras por el monte) que a los participantes les regalan un sombrero que en el caso de mis hijos, luego me los regalan a mí, viendo la necesidad que tengo de ellos. Hasta me han regalado uno hecho de papel en China (China fue la cuna del papel y ahora del papel del sombrero) y que mi mujer, cada vez que me lo pongo para ir a la playa, me dice: que no se te moje, porque se deshará.
El Montgó lleva sombrero (capell) a veces y me enorgullezco de parecerme al Montgó en este sentido. El sombrero de ala ancha, compañero de la capa española, embozado sobre la persona sólo deja ver los ojos y Esquilache, en el siglo XVIII, quiso suprimirlo lo que dio lugar al motín de Esquilache. En Jávea el sombrero de palma forma parte de la indumentaria del labrador, para protegerlo de los rayos solares, pero también de los días de fiesta en que junto a la camisa blanca y un chaleco negro el javiense se colocaba el sombrero negro para ir a la misa mayor y era usual verlos salir a la plaza mientras duraba el sermón del cura, para una vez terminada la homilía (entonces no se llamaba así) volver a entrar en la iglesia. Mirados desde cualquier balcón que diera a la plaza, la marea de sombreros negros (a esa hora de la misa mayor –dotze hora nova–; no existían las misas vespertinas) destacaba sobre la blancura de las paredes encaladas del entorno y la tosca rojiza de la iglesia.
Hoy los sobreros que están de moda y cubren bien las orejas, son los panameños. Y en mi casa tengo unos panameños y otros de imitación, pero siempre 'panameños'. El sombrero que vino del Oeste (Panamá también está en el Oeste). Tengo otro vaquero (cow-boy), pero mis hijos me dicen que me pueden identificar con aquel cow-boy de medianoche que envía como regalo un amigo a otro amigo. Y me dijeron que no me lo pusiera para un viaje a Grecia. Pero me lo pues y no pasó nada, aunque los griegos y griegas me miraban.