Escritos de verano (VII): el hombre conectado
Cuando vas caminando tranquilamente por el paseo marítimo o por cualquier otro lado no cesas de cruzarte con personas que van conectadas. Lo notas porque no miran al que pasa junto a ellos, sino que van en-sí-mismadas mirando un artefacto que llevan en las manos con sumo interés y haciendo que el pulgar resbale sobre la superficie en un deseo de observar el mundo a través del cristalito como lo pudiera hacer una maga de feria, morena de pañuelo sobre la cabeza dejando asomar lo rizos de su pelo, con su bola de cristal. Cuando pasas el pulgar la pantalla se corre (no hay intenciones ni alusiones subliminales) y la imagen cambia y entras en un mundo nuevo.
Nadie se da cuenta de quien pasa a su lado. Cada uno va a lo suyo y no hay más tortazos contra una farola porque hay pocas. Todos estamos conectados con nuestros 'mundos' particulares.
Alguna vez he visto personas que van hablando solas por el paseo o por la calle. Esto me causó honda impresión porque hablar sólo puede ser síntoma preclaro de locura, pero pronto me di cuenta de que esas personas tenían un cable conectado a algo que tenían en el bolsillo o les colgaba del cuello. Me quedé más tranquilo, porque en realidad no hablaban solas, sino con alguien a través del hilo que iba a meterse en los entresijos de sus bolsillos o en el canalillo (ahora está admitido por la Real Academia). Pero la cosa no queda ahí porque alguna vez he visto hablar gritando, enfadado, soltando rayos y centellas, moviendo el dedo índice con ese deseo de que el interlocutor viera ese dedo que le mostraba el camino correcto, arqueando las cejas, arrugando el entrecejo, gesticulando sobremanera; y es verdaderamente 'alucinante' cuando ves a una persona que conduciendo gesticula porque habla o grita con un teléfono sin manos: pero otras veces vi salir las lágrimas ante un posible desaire amoroso, o rogar con denuedo para que algo no ocurriera u ocurriese de otra forma. ¿Cuántas veces, en estas tesituras, hablamos sin darnos cuenta de que estamos en lugares públicos y frecuentados? En una ocasión en el autobús, durante un largo trayecto, una señorita hablaba con otra que acababa de dar a luz y la felicitaba. Al final le dije: exprésele mi felicitación por el feliz natalicio y todos los del autobús que estábamos al corriente, añadieron: la nuestra también. Imagino la cara que pondría la parturienta al oír la felicitación del autobús entero, pero es que nos enteramos de todos los pelos y señales del parto.
Pero el sumun de las conexiones lo tiene el whatsapp. "Si no usas whatsapp eres un bicho raro", exclamó el gurú de turno. Tengo un amigo que cada mañana envía una foto de su desayuno a las hijas y familias diciéndoles que ha dormido bien y que está desayunando y al mismo tiempo les pregunta cómo han dormido. Pues bien, acto seguido se produce un sinnúmero de respuestas de las personas conectadas. Unas le envían otra foto de su desayuno, otras le dicen que han dormido bien; alguna le cuenta lo que va a hacer hoy, otra le pregunta cómo va a pasar la mañana; una le cuenta un chisme del corazón, otra le dice que ha fallecido fulanito (menuda noticia al despertar) o que ha nacido o que se ha casado o que se ha separado (menuda otra noticia)... El hecho es que durante la mañana está recibiendo continuamente noticias y a mediodía vuelve a producirse el hecho, pero ahora con foto de la comida y por la noche con foto de la cena. El hecho de la conexión es lo de menos, el problema es que cuando hablas con él, está continuamente interrumpiendo la conversación con los nuevos mensajes porque arde en deseos de mirarlos.
¿Cuántas veces una llamada de teléfono interrumpe un acto de amor? 9 de cada 10 que se encuentran en esa situación cogen el teléfono interrumpiendo el acto. ¿Te has encontrado en esa tesitura, querido lector? ¿Qué has hecho? Y luego ¿qué?