Escritos del verano: Las azafatas huelen bien

  30/07/2011

juan_bta_codina_bas

En esta serie de escritos del verano en los que la temática no es nada profunda y en cambio buscamos la sonrisa y la laxitud del lector, quiero hacer notar que las azafatas aéreas huelen bien y esto lo he comprobado en un viaje que he realizado últimamente y que me lleva a algunas reflexiones relacionadas con su trabajo y su atención y amabilidad hacia el público que realiza los viajes en avión.

En primer lugar indicaré que en el último viaje que realicé estaba sentado en la fila 29 (el avión tenía 30 filas), es decir en la penúltima fila de la clase Turista. A seis personas por fila podían totalizar un conjunto de 180 personas a los que añadir algunos más que podían ir en clase preferente y la tripulación.

Un pasillo central dividía los seis asientos de la fila en dos bloques de forma que a cada lado había tres asientos. Desde un asiento se podían ver por la ventanilla las nubes, la tierra y el paisaje y al anochecer las luces de las ciudades; el otro asiento junto al pasillo y el tercer asiento situado entre los dos señalados. Al otro lado del pasillo central sucedía lo mismo. He preguntado a esa enciclopedia, que nos proporciona todos los conocimientos que deseamos obtener, la dimensión de los asientos de un avión y Google me dice que los de la clase turista suelen tener entre 43 y 44 centímetros de anchura. Si sumamos los espacios intermedios hacen menos de metro y medio a un lado del pasillo y otro tanto al otro lado. He calculado que el pasillo mide como un asiento aproximadamente. Esto me lleva a conjeturar una anchura de menos de tres metros y medio para colocar a seis personas en fila y dejar el espacio central para que los pasajeros puedan moverse y las azafatas puedan ir con el carrito sirviendo bebida, café, zumo o agua y algún bocadillo o atendiendo a los pasajeros al tiempo que inspeccionando el abroche de los cinturones o la inclinación de los asientos.

Las azafatas se mueven arriba y abajo por el pasillo del avión, un pasillo de medio metro o menos de anchura. Cuando se cierran con unas cortinillas en su espacio 'vital' el reducto es mínimo y está todo muy apretado. Su atención al público las hace parecer frescas y lozanas, jóvenes y bonitas, siempre con una sonrisa en los labios y a esto hay que sumar el olor corporal que por ser un espacio cerrado ha de ser agradable. Este es el motivo de estas reflexiones. A pesar de ese espacio reducido ellas saben adornarse con una serie de aditamentos que son necesarios para que su trabajo se desarrolle de una forma positiva. Su perfume se extendía hacia mí cuando pasaban por el pasillo arriba y abajo y era muy agradable.

Cuando he preguntado a Google, he visto que alguien también inquiría si los pasajeros gruesos debían pagar más ya que los 43 o 44 centímetros podían no ser suficientes para acoger su masa corporal. Y me he acordado de lo que señalaron los responsables de la ciudad de Valencia cuando en 1836 decidieron construir una plaza de toros cerca de las torres de Quart, lo que hicieron carpinteros ya que era de madera, y dieron la indicación de que los asientos de la misma tuvieran la anchura de dos palmos valencianos. Señalaré que en la actual plaza también sus asientos tienen esa anchura y que viene a ser de unos 45 centímetros. Es decir, desde 1836, los culos de la humanidad, al menos la valenciana, mantienen unas dimensiones similares, no pudiendo decir lo mismo de la estatura o del peso. Y los asientos de los aviones no llegan a los dos palmos valencianos. A pesar de esto, las azafatas huelen bien.

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