La dieta reta a nuestros genes
??INÉS ROIG (*)
Ya está aquí el verano y observamos, preocupados la imagen que el espejo nos devuelve; parece que el invierno nos ha dejado algún kilito de más.
Podríamos alegar que la culpa es de nuestros genes. Que hemos heredado de nuestros padres la tendencia a los michelines. Y en parte, así es. La genética con la que nacemos nos puede predisponer a sufrir sobrepeso o determinadas dolencias relacionadas con la nutrición. Aunque por norma general, no es la causante de nuestras redondeces, tampoco se puede decir que tenga un efecto cero.
No existen remedios generales ni dietas milagro que funcionen para todo el mundo. Y a pesar de nuestra herencia genética, podemos influir en el comportamiento de nuestra maquinaria genética con nuestros hábitos, para bien o para mal.
Se suele decir que somos lo que comemos. Y hasta cierto punto, genéticamente es así. La alimentación de cada región del mundo a caracterizado a los pueblos casi tanto como su lengua o su cultura. Tradicionalmente, China y Japón se han distinguido por un elevado consumo de arroz; mientras que la cuenca del Mediterráneo lo ha hecho por la ingesta de legumbres;. El ser humano ha evolucionado adaptándose a su entorno para sacar el máximo provecho posible a los recursos de que disponía. Eso influyó en las características físicas y metabólicas.
Un ejemplo lo tenemos en el caso de la leche. El ser humano es el único animal que continúa consumiéndola en edad adulta. En algunos países su ingesta es elevada, mientras que en otros, muchas personas padecen intolerancia a la lactosa, uno de los azúcares presentes en este alimento. La razón se halla en la propia historia del ser humano. El pastoreo nació en el centro de Europa y se extendió hacia las regiones del norte. Debido a la carencia de alimentos en estas regiones, los pobladores comenzaron a ordeñar el ganado y a beber leche. En estas poblaciones apareció una mutación genética que les permitía digerirla sin efectos secundarios. De ahí su consumo elevado en Escandinavia, por ejemplo, a diferencia de Japón y China, donde apenas se toma.
Tenemos, pues, un organismo adaptado a la dieta de cada región, la que desarrollaron nuestros antepasados en función de los recursos que tenían disponibles. Aunque no fue esa la única modificación que tuvieron que hacer nuestros genes. También tuvieron que lidiar con la cantidad. Y eso explica, en gran medida, nuestra tendencia a coger kilos de más. Para algunas poblaciones era extremadamente difícil conseguir alimentos y solo lograban sobrevivir aquellos individuos que eran capaces de almacenar de forma eficiente calorías. Esto ha dado lugar a la aparición del “gen ahorrador”, genes capaces de establecer reservas energéticas en forma de acumulación de grasas. Hoy en día, en los países industrializados en los que la caloría es fácil, es una lacra y es una de las causas de la epidemia de obesidad actual.
Poblaciones que se habían adaptado para vivir con escasos recursos, ahora se ven expuestas a una superabundancia de calorías, muy fáciles de obtener. Han abandonado su dieta tradicional para adoptar otras para las que no están preparados. Y además tienen un gasto energético muy bajo, porque apenas practican ejercicio. Esto las hace susceptibles a muchas enfermedades.
En los próximos años, se estudiará la genética de cada individuo, de manera que cada individuo, de manera que el médico tendrá los perfiles genéticos de los pacientes, identificará los riesgos que tienen de padecer enfermedades concretas y creará patrones nutricionales personalizados. Podrá aconsejar a cada paciente qué tipo de dieta es la más adecuada para su organismo y qué cantidad de deporte necesita hacer.
Aunque el mejor remedio es ser conscientes de la necesidad de cuidarnos, de practicar ejercicio de forma regular y, sobre todo, de recuperar la dieta tradicional de nuestra zona de origen. La cocina tradicional ha hecho combinaciones que consiguen una nutrición completa de acuerdo a nuestros genes, y es la mejor manera para combatir la obesidad. A nuestros genes les gustan las recetas de la abuela.
(*) Farmacéutica