Cristina Sáenz de Ynestrillas, una cita con el conocimiento (I)
Por Ilde Leyda (Profesor de Yoga)
La primera vez que vi a Cristina fue a comienzos, febrero o marzo, del año 2002 en la primera de las innumerables clases particulares que iba a tener a lo largo de los años con ella. Había sabido de ella a través de Malou, una mujer belga profesora de yoga alumna de Cristina. En el año 2000 había llegado a mis manos la Bhagavad Gîtâ, mi primer libro de yoga. En septiembre de 2001 me apunté a mis primeras clases y en noviembre de ese mismo año me recomendaron que asistiese a las clases que impartía Malou.
Desde mi primera sesión con Malou le expuse claramente qué buscaba yo en el yoga. Pasados unos pocos meses, ante mi insistencia seria en aprender sobre determinados aspectos del yoga, Malou decidió facilitarme el número de teléfono de la escuela de Cristina en el número 44 de la calle Loreto de Dénia mientras recuerdo que me decía:
- Cristina no es una profesora cualquiera. Ahora vas a conocer a una superprofesora de Yoga.
Y así fue como comenzó una relación profesora-alumno que ha perdurado durante casi veinte años ya y que me ha permitido comprender, experimentar de manera gradual, difuminada pero muy voluntariosa ya desde el principio, cada vez más nítida, certera y gratificante con el transcurso de los años y de las prácticas, qué es el Yoga en esencia, esa ciencia milenaria, y cómo cambia a mejor un ser humano, su persona, su vida entera, gracias a la práctica correcta del Yoga.
EL DESCUBRIMIENTO DEL YOGA EN SUIZA
PREGUNTA:¿Cómo llegaste al yoga, Cristina?
RESPUESTA: Pues llegué al yoga de una manera muy curiosa: vivíamos en Suiza y yo iba a clases de danza y en esa escuela había unos profesores de yoga, Heinz y Eleonore Dolibois. Por curiosidad me acerqué un día para ver de qué iba aquello y me gustó mucho y ellos también se interesaron mucho por mí porque en aquel entonces era muy flexible y muy receptiva y me gustaba mucho la forma en que daban las clases. Estuve con ellos cinco años en Biel.
P: ¿Cuándo te convertiste en alumna de Claude Maréchal?
R: Más tarde conocí a Claude Maréchal y comprendí que era un gran profesor, me gustó mucho su método de enseñanza, muy realista, muy práctico y, al mismo tiempo, sabía mucho, tenía una gran facilidad de transmisión con un vocabulario sencillo para algo como el yoga, que no es nada sencillo, y me cautivó.
P: Y Claude Maréchal pasó a ser tu maestro, ¿verdad?
R: Me presenté y le dije que estaba interesada en aprender más y él se interesó por mí. Hice una especie de seminario y empecé la formación de profesora muy en serio. Más adelante vinieron como examinadores TKV Desikachar, Martyn Neal, que ya era bastante conocido en aquellos años, el propio Claude y un par de personas más y quedé la primera entre los doce que nos presentamos a esas pruebas. Me dijeron que tenía cualidades para dar clases de yoga.
ESCUELA DE YOGA EN DÉNIA
P: Y ya llegaron tus años como profesora en Dénia.
R: Empecé en 1980 con un grupito muy pequeño, pero tuve que ampliar rápidamente porque enseguida se me llenó. Entonces uno de mis alumnos, Ernesto Gil, comenzó a ayudarme: era joyero, estaba estudiando fisioterapia y era un estudioso muy estudioso y se lo sabía todo y practicaba yoga diariamente. Yo empezaba a tener más alumnos de los que podía atender correctamente, así que Ernesto estuvo ayudándome casi desde el principio.
Y la escuela fue pasando por distintos sitios del centro de Dénia: la calle Campos, la plaza del Convento, Magallanes y, finalmente, la calle Loreto.
P: ¿Cómo ves que ha ido evolucionando en estos cuarenta años el yoga, la enseñanza del yoga?
R: Al principio fue difícil, lo confundían un poco con la gimnasia, no llegaban a captar bien la idea de lo que es verdaderamente el yoga. Por ejemplo, me costó mucho introducir el prânâyâma. Hasta que no comprobaba que respiraban bien durante la práctica de las âsanas, no introducía el prânâyâma. Luego decidí formar un grupo más avanzado en el que sí que se practicaba correctamente el prânâyâma, además, claro, de las âsanas. Y así iba, paso a paso.
P: Y, paso a paso, tuviste mucho éxito, ¿verdad?
R: Sí, se produjo un boom del yoga. Emilio, mi marido, fue el primer psiquiatra y yo la primera profesora de yoga en Dénia y sí que tuvimos mucho éxito. Creo que una de las claves fue que yo sabía adaptar muy bien las posturas a cada persona según sus características y también el cariño con que las trataba.
EL PRESENTE DEL YOGA
P: ¿Qué dirías del presente del yoga? De unos años a esta parte sí que se observa un auténtico boom del yoga en todo el planeta prácticamente.
R: Así es. Pero no lo he seguido mucho ni he querido seguirlo porque he visto de todo. He visto buenos profesores, gente que sabe, gente que sabe menos...
P: ¿Cuáles son las características de un buen profesor o de una buena profesora de yoga?
R: Ser un buen profesor de yoga no es nada fácil. Hay que ser humano y a la vez muy honesto, serio, hábil, ágil, inteligente desde el corazón, no me refiero a esa inteligencia intelectual sino a la capacidad de comprender en profundidad a la persona con la que tratas. Para mí eso siempre ha sido fundamental. Por ejemplo, tenía alumnas que hacían mal las posturas, pero yo veía que hacían todo lo posible por hacerlas bien, así que las dejaba porque comprendía que estaban haciendo cuanto estaba en sus manos dentro de su capacidad personal, no las corregía para tratar de que alcanzaran algo que yo sabía que estaba fuera de su alcance.
EL YOGA A NIVEL PERSONAL
P: ¿Qué ha supuesto el yoga para ti a nivel personal?
R: A nivel personal al sentarme cada día para el prânâyâma, antes del prânâyâma hacer un examen del día, de cómo vivo, de lo que puedo corregir en mí para mejorar, de lo que viene dentro de mi naturaleza y que comprendí bien pronto que eso no lo iba a poder cambiar y que, en efecto, sigo sin poder cambiar después de tantos años. Hay aspectos de uno mismo que son como el color de los ojos: puedo ponerme unas lentillas, pero no por eso voy a cambiar el color de mis ojos. Me di cuenta bastante pronto de qué cosas no iba a poder modificar en mí, aunque tenía que intentar mejorar y, sobre todo, tenía que ser sincera. La sinceridad para mí era muy importante en mí y en los demás. Y que no hubiera maldad. Cuando veía a una persona un tanto retorcida la ignoraba, sí que le podía corregir alguna postura, pero la ignoraba.
P: ¿Sigues practicando yoga diariamente?
R: Lo procuro y, normalmente, es así en la medida de mis posibilidades actuales a los 83 años de edad, que, obviamente, no son las mismas que hace unos años.
El yoga es mi vida, lo tengo muy presente. Lo he tenido muy presente, por ejemplo, con respecto a la educación de mis hijas y me ha permitido entender con claridad cuándo debía corregirlas y cuándo me tocaba aceptarlas tal y como eran ellas y no como yo quisiera que fueran o actuaran.
Y tengo que reconocer que he sido una persona muy feliz.
Y tengo un marido (el psiquiatra Emilio Serrano) que me ha querido y tratado como creo que pocos hombres quieren y tratan a sus mujeres.
P: ¿Cómo crees que hubiese sido tu vida sin el yoga?
R: No he podido planteármelo nunca. Sí que me he visto siempre trabajando. En mi casa éramos familia numerosa y ya desde muy niña he ayudado en casa aunque no me lo pidieran. He sido siempre muy trabajadora. He sido siempre muy consciente de lo que había que hacer, pero, una vez que di con el yoga, ya no me planteé otras alternativas en mi vida.
Foto byoga