¿Decirlo o no decirlo?
INÉS ROIG (*)
En el mundo hay dos tipos de personas, las que creen que todo es un milagro y las que piensan que nada lo es; y, con esto de la pandemia, quien cumple las medidas y quien pasa olímpicamente (un auténtico quebradero de cabeza para los primeros).
Lavarse las manos con frecuencia, mantener una distancia social de dos metros y usar mascarilla son las tres pautas de seguridad que nos llevan repitiendo los expertos desde antes incluso de que empezara la desescalada. Bastaría con que el 50% de la población lo cumpliera para que la situación fuera mucho más llevadera. Parece sencillo, pero no es raro ver a gente con la cara descubierta tanto en la calle como en espacios cerrados, a pesar de que es obligatorio, y grupos de amigos no convivientes abrazándose como si viviéramos en la vieja normalidad.
Rebrotes en todo el país, cifras de contagios similares a las de mayo antes de salir de casa y muchas excusas: que si hace mucho calor (como si las temperaturas afectaran a unos sí y a otros no), que si no saco la nariz de la mascarilla no respiro bien, que si llevamos mucho sin vernos y nos echábamos de menos... Todo el que se salta las reglas parece tener un buen motivo para hacerlo, mientras que al que las cumple a rajatabla le produce frustración, tristeza, ira...
¿Merece la pena reclamar al incívico y arriesgarse a que te tachen de “policía”?
Es desaconsejable cuando se trate de una persona desconocida o poco cercana, es un gasto de energía y en un año tan duro no estamos en momento de perderla. ¿Y a los amigos y familiares? Se puede decir, pero no de cualquier manera. Estamos todos sensibles, por lo que hay que evitar el debate y la discusión. Lo mejor es comunicarlo de manera asertiva, explicar nuestro punto de vista y no reprochar lo que hace la otra persona.
No es fácil decirlo con calma. Pero estallar solo lleva al conflicto. Se están dando muchas peleas en las relaciones por estos temas.
Al final, lo más importante es lidiar con esas emociones a nivel personal. La responsabilidad, el cumplimiento de las normas y la capacidad de gestionar la situación es individual. Es decir, no está en nuestras manos controlar lo que hagan los demás. Lo que sí podemos hacer es no quedarnos enganchados a los sentimientos que nos produce. Es importante ponerle nombre a esas emociones para racionalizarlas para poder dejarlas ir. De lo contrario, acabaremos con doble problema: el primero, la rabia que nos da la actitud de los demás; y el segundo (consecuencia del anterior), un distanciamiento emocional de nuestros seres queridos. Más allá de eso, solo queda encomendarse a que la obligatoriedad de las normas lleve a su cumplimiento.
(*) Farmacia Las Marinas.