Descubrir a Maria Ibars junto al mar

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  22/11/2024
Un itinerario de poemas, luchas sociales y pulpo seco entre la Torre de Arguimbau y Penyamar

Decir Maria Ibars es decir Rotes y decir Montgó. Es decir Dénia y decir pasa, almacenes, márgenes, bancales, senyorets y pulpo seco. Oler el budellet torrat, escuchar cómo se columpian las olas y acarician al Gosset o sentir el trasiego de los carruajes que llegan al pueblo, el alboroto del puerto o el que hacen los hombres que han aprovechado el viaje para jugarse el dinero. Imágenes y sensaciones como las descritas emanan de la obra literaria de una escritora enamorada de su tierra y con cierta tendencia, como afirma Jaume Sau, a romantizar el paisaje. Fue no obstante quien mejor ha descrito una sociedad, un tiempo, una ciudad y una comarca que experimentaron importantes transformaciones con el monocultivo de la industria de la pasa y la llegada de los grandes comerciantes extranjeros. Tiempo de amos y de grandes fortunas, de miserias y de jornaleros. De todo esto, y de otras muchas cosas, se ha hablado en una ruta sobre Maria Ibars junto al mar, una de las actividades organizadas por el Ayuntamiento de Dénia con motivo del Año Maria Ibars.

La ruta discurre por Les Rotes y tiene como punto de salida y de llegada dos casas relacionadas con el universo ibarsiano: la Torre de Arguimbau y Penyamar. La primera, en la Marineta Cassiana y conocida también como Casa Riera, perteneció a una familia de exportadores hortofrutícolas para la que trabajaba como encargado el padre de Maria Ibars. Sería el señorito, Juan Arguimbau, quién le pagaría a la joven los estudios en València.

Intercalando la lectura de poemas y textos, el guía fue explicando cómo Maria Ibars había reflejado muy bien en su obra y en la novela L’últim serf el mundo de la pasa y la relación entre amos y trabajadores. De la lectura de los poemas se encargaría a lo largo del itinerario Quico Ramon, hombre de mar y de versos. Mientras que el hilo conductor de las explicaciones lo llevaría Jaume Sau Moncho, gestor cultural e historiador del arte.

La época dorada de la pasa supuso un cambio radical en el paisaje en el territorio situado entre Gandia y Altea. Se terraplenaron y abancalaron las montañas y prácticamente se abandonó la hortaliza. Dénia era una ciudad en ebullición, con un buen número de almacenes, con carros que iban y venían continuamente desde otras pueblas de la comarca y una actividad frenética en el puerto. Proliferarían los lugares de ocio y el juego y se haría popular el dicho de ‘me caguen Dénia’.

El Cementerio de los Ingleses es fruto de ese mundo de cambios, que bien describe Maria Ibars en Vides Planes. También lo son las casas victorianas y arquitecturas de la época, como la rota de Zarzo, más propia del norte de Inglaterra que de Dénia o de cualquier otro pueblo de la Marina Alta. Porque hubo un intento de la burguesía agraria de arrimar-se a los ingleses que se ve reflejado en la novela, explicaba Sau Moncho.

Maria Ibars dejaría constancia de la dualidad entre campo y ciudad y las diferencias entre ambos en su obra. El primero, como lugar de libertad y donde se preserva la inocencia; y la segunda, como un lugar donde se generan conflictos y problemas.

En València, en los años 20, la escritora entraría en contacto con círculos valencianistas y haría amistad con personajes como Carles Salvador. A pesar de empezar escribiendo con pseudónimo, a partir de 1934 firmaría ya con su nombre. Utilizaría también su lengua en buena parte de su producción literaria. Se conocen dos novelas suyas escritas en castellano -Graciamar y Como una garra-, si bien, como observaba el guía, alguna de ellas denota, por las estructuras y el léxico que utiliza, que estaba pensada en valenciano.

La escritora sitúa historias y personajes en la Marina Alta y describe situaciones que nos evocan un tiempo no tan lejano. Sirva de ejemplo la descripción que hace de un almuerzo durante una excursión por Les Rotes en Vides Planes: “En unas hogueras ligeras tostaron unos metros de budellet que se encogía soltando la médula apetitosa, y pulpo seco, y capellanets que alternaban con pan mojado cargado de la pulpa roja del erizo, abierto cuidadosamente por la parte más redondeada, con tijeras, clavando la punta hilada por el ósculo, único punto no cubierto por cáscara calcárea. El sol no estorbaba y el agua oreaba con frescura agradable”.

El recorrido por Les Rotes dio mucho de sí. Para leer algunos de sus poemas, donde hace una oda de la Torre del Gerro o nos habla de la cala del Gosset, pero también para recordar hechos históricos, como el hundimiento de la fragata Guadalupe, una noche de tormenta de marzo del 1799, o los desafortunados intentos de construcción del puerto, que darían pie a otra célebre frase: ‘mamau, faràs tu el port’.

Xino xano, parando para leer y recordar y contemplando la cantidad de cañas, troncos y otros materiales que ha sacado el mar después de la DANA, los caminantes se dirigieron hacia Penyamar, la rota que construyó Maria Ibars, su refugio en Dénia, el lugar donde encontraría inspiración. Precisamente con el nombre de Poemes de Penyamar publica en 1949 su obra poética.

Hay que imaginar unas Rotes diferentes, con pocas casas y mucha viña, un lugar donde evadirse. La escritora compró un gran terreno que años más tarde se fraccionaría y construyó allí una casa que continúa en pie. Al lado, una caseta de pequeñas dimensiones -el milímetro- donde encontró su espacio de creación.

Con un matrimonio que no funcionó -ella criaría a los hijos sola en València-, se tendría que hacer también cargo de los gastos de la casa. Dicen que a veces se veía obligada a alquilarla para sacar dinero y que durante ese tiempo se retiraba a la caseta del lado. Se han comentado también otras cosas que no se han podido probar y de las que, por lo tanto, no hay que hacerse eco. Sí que han sido constatadas su religiosidad, su preocupación por la justicia social y por la situación de las mujeres, así como el carácter fuerte y decidido de una mujer valiente.

La finca que compró Maria Ibars en 1941 fue escriturada a su nombre. Es ahora propiedad de su yerno, el pintor Enrique Pastor de Velasco, que casó con su hija, Raquel Payà Ibars. La reconocida pedagoga falleció a los 54 años en un accidente de coche. El matrimonio no tendría hijos.

Con los años, el terreno se partió. Pero la casa, situada entre pinos, mantiene vivo el recuerdo de la escritora. Desde la carretera, en la entrada, se puede leer todavía con letras azules Penyamar. Azul de mar, azul cielo, azul del Montgó, el azul de Maria.

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