La añoranza del vuelo de la lechuza

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  14/11/2021

Jesús Pobre es escenario de un proyecto piloto para reforzar la presencia de especies bioplaguicidas

 

“Las noches de verano acudía, con las ventanas abiertas, sentías como una persona que lezna y la veías volar”. Rosa Mari Fornés, vecina de Jesús Pobre, recuerda que “toda la vida” ha habido lechuzas al campanario de Jesús Pobre. Bien, toda la vida no. Hace diez o quince años que las lechuzas no se ven. Ella recuerda que de niña -y de esto hace ya un tiempo- decían que las lechuzas iban a la iglesia porque se bebían el óleo de las lamparetes. De mayor, las ha visto volar en el interior, un espectáculo “precioso”, asegura. No pierde la esperanza que vuelven y, por eso, colabora con un grupo de voluntarios que se propusieron reintroducir la especie no solo por la enyor de esas imágenes y esos momentos que, como Rosa Mari, conservan en su memoria muchos vecinos del pueblo. También como parte de un proyecto más ambicioso que pretende reforzar la fauna autóctona para el control de las plagas en el campo. De momento, la lechuza no ha vuelto pero son muchos los agricultores de Jesús Pobre y de Pedreguer que han ofrecido sus parcelas para que esta experiencia piloto se pueda llevar adelante.

            Rosa Mari, que además de tener cura de ella vive cerca de la iglesia, opina que las lechuzas no quieren hacer nido en el campanario porque hay demasiado ruido. Las noches no son tan silenciosas como antes y ellas buscan tranquilidad. Se sabe, por las egagròpiles -esas bolas de material no digerido que especies como la lechuza echan fuera cuando hacen la digestión-, que han ocupado el campanario de Jesús Pobre durando más de 80 años. Un estudio de las capas de este material, explica la ambientóloga Itziar Colodro, permitiría conocer a través de la alimentación de estas aves qué cambios se han producido a lo largo de ese tiempo en el ecosistema.

            La dieta de las lechuzas se basa en micromamíferos. Contribuyen por lo tanto al control de las poblaciones de roedores, que pueden ser muy perjudiciales para la agricultura. Estas rapaces nocturnas, asociadas tradicionalmente en el mundo rural, no construyen su nido. Aprovechan casetas de campo, iglesias, construcciones abandonadas y similares. Colodro, impulsora del proyecto de refuerzo de las especies bioplaguicidas desde la empresa Magic & Nature, explica que en los últimos años las lechuzas han perdido buena parte de los lugares donde poder nidificar y parece que en la zona no nidifica ninguna pareja. Solo se ha detectado la presencia de algunos ejemplares durante el invierno.

            Desde 2019, y de forma voluntaria, se han llevado cinco piojos de lechuza procedentes del Servicio de Vida Silvestre de la Generalitat Valenciana al campanario de Jesús Pobre (dos el primer año y tres el segundo). A diferencia otras aves, no se puede hacer su seguimiento por GPS y, al abandonar el nido, no se sabe que ha pasado con ellos. No se han vuelto a ver.

            En este caso, se está utilizando la técnica de cría campestre o hacking, si bien para reforzar otras poblaciones de aves con las cuales se quiere mantener las plagas a raya se utilizarán cajas nidos. Se colocarán, explica Colodro, en parcelas aptas para cada especie próximas en el Parque Natural del Montgó después de hacer un estudio de campo. La idea ha sido planteada a la EATIM de Jesús Pobre, que ha mostrado su interés por el proyecto, y a los agricultores. De momento, han manifestado la voluntad de adhesión los propietarios de 32 parcelas de Jesús Pobre y Pedreguer. A la larga, su participación podría implicar la creación de un hashtag que diferencio su producto como respetuoso con el medio ambiente, dándole así un valor añadido.

            Las especies que se pretenden reforzar son la corneta (Otus scops o autillo en castellano), el cernícalo (Falco tinnunculus o cernícalo, el búho (Athene noctua o mochuelo) y la rossarda (Cercotrichas galactotes o alzacola rojizo). El número de ejemplares de esta última especie, que vive mayoritariamente en viñas y olivos, se ha reducido notablemente en nivel general en los últimos años y se estudian medidas para frenar su desaparición. En toda la provincia de Alicante se contabilizan 15 parejas y solo 1 en la comarca, en Murla.

            El proyecto, que se ha presentado también en la Universitat d'Alacant, tendría una duración inicial de tres años e incluiría además actuaciones a largo plazo. La presencia de aves que actúan como plaguicidas naturales contribuiría a restaurar el equilibrio del ecosistema de los campos agrícolas de secano, mejorar la calidad ambiental y restablecer el equilibrio ecológico.

           La propuesta contempla actuaciones de sensibilización y educación ambiental mediante reuniones, charlas, rutas guiadas y talleres con la población, necesarias porque se puedan cumplir los objetivos del proyecto. Entre ellos una mejora de la biodiversidad y la reducción del uso de productos químicos en la agricultura, que contaminan los acuíferos, pasan a los cultivos, acaban con las especies deseadas y también con las no deseadas y, por lo tanto, dan pie a la aparición de plagas y la alteración de la cadena trófica.

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