Nervios a flor de piel
??INÉS ROIG (*)
La conexión entre mente y piel hace que uno se ruborice al sentir vergüenza, le suden las manos por nervios, salgan ronchas por estrés, acné por ansiedad o picores por depresión. Hoy estos problemas cutáneos se abordan con psicoterapia y dermatólogos y psiquiatras trabajan en grupo.
Nadie debería sorprenderse si acude a la consulta de un dermatólogo por un problema de piel y sale de allí con una cita para el psicólogo o el psiquiatra o la receta para comprar antidepresivos. El 40% de pacientes dermatológicos está influenciado por ansiedad, depresión, estrés u otra afectación psicosomática.
En el cuerpo humano todo está interrelacionado, si bien la interconexión entre piel y cerebro es tan visible y evidente que algunos consideran a la primera el termómetro del estado mental y emocional. La piel, es el mayor de los órganos y está lleno de terminaciones nerviosas, de modo que todo lo que le pasa afecta al cerebro y viceversa.
De la misma manera que muchas emociones se expresan a través de la piel haciendo que la persona palidezca, se ruborice, se le erice el vello o le suden las manos, hay estados mentales que se manifiestan en alteraciones de la piel como sequedad, seborrea, alopecia, eritema... o que agudizan problemas de piel ya existentes.
Cuando una persona llega a la consulta con algún brote de dermatitis atópica, alopecia, eczema seborreico o rosácea, lo habitual es que haya vivido un hecho estresante entre cuatro semanas y cuatro meses antes.
Algunos síntomas como sequedad en la boca son trastornos que afectan bastante a la calidad de vida y pueden ser síntoma de una depresión enmascarada. A menudo se acude al dermatólogo después de haber pasado por las consultas del otorrino o del dentista, y en más de la mitad de los casos padecen otras dolencias de tipo somático como lumbalgia, fibromialgia o fatiga crónica. En estos casos el problema es del sistema nervioso, que da la cara a través de la piel o la mucosa, y los síntomas mejoran cuando se tratan con dosis muy bajas de antidepresivos.
Pero quienes acuden al dermatólogo por lo que consideran un problema cutáneo no siempre están dispuestos a escuchar de buen grado que los picores o molestias sensoriales que sufren responden a alguna alteración psicológica, que en realidad el problema de fondo es una depresión y que deberían tratarse con psicofármacos.
En muchas ocasiones, más allá de revisar las lesiones cutáneas, la tarea de los dermatólogos deben darse cuenta de lo que en realidad afecta al paciente, escucharle mucho, entenderle, para valorar hasta qué punto el problema necesita ayuda psicológica o psiquiátrica. Muchos pacientes se ofenden porque piensan que se les está tratando de locos; el dermatólogo ha de tener mucha sensibilidad para explicar lo que ocurre y procurar que el mismo paciente vea que sus síntomas empeoran cuando está nervioso, o plantearle que quizá su problema cutáneo le está provocando nerviosismo y esto afecta a su estado de ánimo.
Una vez que el paciente comprende que hay una vinculación entre sus problemas cutáneos y sus niveles de estrés o ansiedad se trata de ver qué tratamiento o terapia le resultará más cómodo o útil para disminuirlos, si pastillas, yoga, técnicas de relajación, infusiones o pilates.
No obstante, aliviar el estrés o aconsejar al paciente que busque ayuda psicológica no significa que no haya que tratar la enfermedad cutánea en si misma, ni que todas las personas con acné o con psoriasis requieran ayuda psicológica.
A menudo basta un tratamiento efectivo con fármacos potentes que mejora el brote de psoriasis o con un tratamiento cosmético que maquille determinada lesión de la piel para que la persona afectada lleve mejor su día a día, sus relaciones y mejore su autoestima y su estado de ánimo.
(*) Farmacéutica