Otra trampa de las etiquetas: “sabor natural”
INÉS ROIG (*)
Suena más apetecible, pero la expresión no es sinónimo de más calidad ni de productos más saludables.
Las marcas de alimentación comienzan a promocionar sus productos con reclamos difíciles de entender, se presentan ante el comprador con dos curiosas palabras: “sabor natural”. ¿Y eso qué significa? Lo cierto es que no nos ponemos de acuerdo respecto a qué se refiere tan escueto mensaje, pero rápidamente caemos presas del impulso de meterlo en el carrito del supermercado.
Según una encuesta en la que se preguntó a los consumidores de 28 países qué entendían por “sabor natural”, la variedad de opiniones es la norma. Algunos de los participantes dijeron que era todo aquello elaborado sin ingredientes artificiales; otros, que eran los productos 100% procedentes de la naturaleza y, la mayoría, que era un sinónimo de saludable. La clave del fenómeno parece estar en la última respuesta. ¿No será que la industria alimentaria se está beneficiando de que esta etiqueta nos hace creer que su producto es más saludable, cuando no es cierto?
No existe una legislación específica en la Unión Europea que defina el término. Aunque podemos decir que, a grandes rasgos, es algo que nos recuerda al producto de origen, un concepto formado por elementos que generan un impulso de aceptación, confianza y compra. El consumidor demanda cada vez más alimentos naturales o minimalistas en su concepción y que el reclamo “natural” es una tendencia al alza. Por mucho que lo natural no siempre sea bueno.
El interés de la industria alimenticia por colocar ese etiquetado en sus productos está claro, y encaja en todo tipo de paquetes: en los de los zumos, los caldos, la repostería, el paté, los helados, el tomate frito, los quesos, las cremas, la mermelada, el chocolate, los lácteos, ese sector en el que es tan difícil saber qué debe uno elegir... Pero ni los sabores naturales son tan buenos (no tienen por qué ser ni saludables ni ecológicos) ni los artificiales son tan malos (en ocasiones, incluso son más seguros). Los saborizantes naturales suelen estar sometidos a mayores peligros de seguridad alimentaria que los químicos, porque se mueven en condiciones que no siempre están controladas.
A veces, el coste de fabricar un sabor natural y otro artificial, no siempre justifica la calidad del producto final y el químico natural es idéntico a la versión hecha en un laboratorio, por lo que al final el consumidor está pagando mucho más dinero por un producto que no es ni más seguro ni de mejor calidad.
(*) Farmacia Las Marinas.