Una guerra que se juega en otra liga

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  27/03/2022

R.R.F.

“Esperábamos que diese el paso contrario, nos habíamos hecho ilusiones al ver las desavenencias que había con Marruecos, era la oportunidad de dar apoyo al pueblo saharaui”. Es la respuesta de Bashir Lagsal cuando se le pregunta por la decisión del gobierno español de apoyar la autonomía propuesta por Marruecos para el Sahara Occidental. Él es uno de los niños saharauis que llegó a Dénia con el programa Vacances en Pau en 1992. Al verano siguiente, con 10 años, regresó a la Marina Alta y se quedó a vivir con la familia que lo acogió. Ahora tiene 39 años y considera que lo que ha ocurrido no ha sido otra cosa que “una bajada de pantalones”.

            Bashir nació en los campamentos de refugiados saharauis del desierto de Tinduf, en Argelia, donde siguen viviendo cerca de 200.000 personas que han huido de los territorios ocupados por Marruecos en 1975, cuando España se retiró de la antigua colonia del Sahara, por entonces la provincia número 53 del estado español. Han hecho del desierto su hogar con la esperanza de regresar a su tierra y la confianza puesta en el tan deseado referéndum de autodeterminación apoyado por la ONU. “Algo con lo que a muchos se les llena la boca”, dice Bashir, “pero que nunca llega, porque cuando mandan siempre se les olvida”.

El desierto es un lugar inhóspito, con temperaturas extremas, escasez de agua y de alimentos, donde se vive en jaimas y casas de adobe y donde la atención sanitaria y las posibilidades de formación son escasas. Allí nació también Tesh Sidi, una joven que llegó en 2002 a Banyeres de Mariola donde se quedó a vivir definitivamente en 2007. Han pasado veinte años desde aquel primer verano, ha terminado sus estudios universitarios y ahora, por cuestiones laborales, reside en Madrid, donde preside la asociación saharaui en esa comunidad. “Somos la generación de saharauis que hemos crecido aquí, queremos tener nuestra propia voz y las herramientas suficientes para liderar esta lucha”, explica con la ilusión puesta en la liberación de los territorios ocupados y la vuelta del pueblo saharaui a su tierra.

La esperanza de un Sahara libre no se pierde, pero nadie vaticinaba que se diese la coyuntura actual. Desde el alto al fuego de 1991 y el anuncio del referéndum en 1998, han pasado muchos años y todo tipo de gobiernos. “La diplomacia nos ha fallado una y otra vez”, dice Tess, “y con el tiempo te das cuenta de que lo que te están vendiendo no es cierto”. Alude a las reiteradas promesas electorales incumplidas, al silencio sobre la guerra con Rabat reavivada hace un año “y que no interesa contar”, a la amistad del rey emérito con el rey de Marruecos, a los intereses internacionales ocultos, y entiende que el repentino cambio de actitud del gobierno español “es una estrategia de años”. “Detrás de las últimas decisiones está Estados Unidos, no vienen de Pedro Sánchez ni del PSOE, ellos no son quienes llevan la agenda”, afirma la activista saharaui. Es, dice ella, una guerra “que se juega en otra liga”, una guerra de bloques donde ni el Sahara ni España tienen un papel determinante, “una guerra fría 2.0”. Apoyar la propuesta de Marruecos es a su juicio “un suicidio” para los socialistas.

El del Sahara Occidental es un conflicto internacional en el que, a juicio de Tesh Sidi, “han de ser las grandes potencias quienes digan hasta aquí”. Los cambios de criterio ante la ocupación del Sahara Occidental no hacen más que aumentar la desconfianza del pueblo saharaui, un pueblo desilusionado con el derecho internacional y al que parece que para hacerse oír solo le va a quedar la vuelta a las armas. Ella sabe que esa no es la solución. “Ni tenemos capacidad militar ni las armas van a arreglar nada”, asegura. “La vía diplomática es la única”, añade. Pero eso, como bien reconoce, “va a llevar tiempo”.

El saharaui es un pueblo en el exilio que vive con dignidad y con el convencimiento de que si las cosas cambiaron tras casi 100 años de presencia española en el Sahara (1884-1975), la situación puede cambiar de nuevo, aunque hayan pasado 47 años desde que Marruecos ocupase el Sahara Occidental, un territorio con una de las minas de fosfatos más grandes del mundo, un rico banco de pesca y reservas de petróleo, gas, hierro y otros minerales.

Para los saharauis que viven en los campamentos la vida no es fácil. Algunos tienen la oportunidad de estudiar en el extranjero becados por otros países. Cerca de 15.000 saharauis residen en España. Muchos de ellos llegaron con el programa de vacaciones de verano, como Bashir y Tesh. Él visitó en el año 2000 a los campamentos, cuando tenía 17 años, y ella no ha vuelto a ir desde hace 10 años, si bien ambos mantienen el contacto con sus familias biológicas. Los trámites burocráticos, los problemas para obtener la nacionalidad o los papeles que te permiten salir y entrar del país dificultan el viaje.

Tesh, que por fin ha obtenido la ciudadanía española y está a la espera de que le expidan el DNI, tiene previsto bajar en abril a Tinduf para visitar su madre y conocer a sus sobrinos. Cuenta que ella nunca quiso venir a España. “Tiene hijos allí y ya ha vivido un exilio, no quiere vivir otro”, señala. Como ellas, son miles los saharauis condenados al exilio por el incumplimiento de las resoluciones internacionales y por una falta clara de voluntad política. Habla de la responsabilidad de los españoles por el modo en que se hizo la descolonización y por haberlos abandonado a su suerte y recuerda que los saharauis son refugiados como los ucranianos, obligados a huir porque su territorio ha sido ocupado por otro país.

Tesh y Bashir siguen soñando con la resolución de un conflicto enquistado y con muchos intereses de por medio. “El objetivo de los marroquís es que el pueblo saharaui se canse de luchar y de exigir, que se disperse y que el conflicto muera por inanición”, dice él, que abandonó el campo de refugiados un año después del alto al fuego del 91. “Recuerdo haber pasado hambre”, explica, “pero seguro que las cosas han cambiado bastante, ahora dicen que hay internet”. Y también arena, mucha arena.

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