El abandono y el olvido social de la tierra
DÍDAC VENGUT
La misma tierra que nos dio de comer durante siglos, y que aportó el capital inicial para la incipiente industria, está ahora mismo olvidada socialmente. Se habla mucho de la despoblación de los entornos rurales y con ella va aparejada la desatención y el abandono de tierras que eran nuestro sostenimiento hasta hace unas décadas. Y quizás no prestamos atención -o al menos no como deberíamos- a las consecuencias derivadas de este problema generalizado en toda Europa en forma de erosión, degradación del paisaje y riesgo de incendios, entre otros muchos temas. Males que son del presente y detrás tienen la mano del hombre en su origen, tal y como sucede con el cambio climático.
Las expectativas de futuro son más bien negras si no se toman cartas en el asunto de forma inminente. Joan Carles Caldentey Matheu es técnico agrícola, activista y dinamizador rural y pone bien a las claras el punto sobre las ies. Hay un informe del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación que advierte que el 62% de los agricultores estarán jubilados en un período no superior a 10 años. Caldentey no las tiene todas consigo sino que va mucho más allá. “Por las conservaciones que tengo con los propios agricultores, no creo que lleguemos a los 10 años. Solo serán necesarios cuatro o cinco”. Así de claro y contundente. Y hay un dato objetivo que avala su teoría porque el 70% de las tierras de cultivo están abandonadas. Una posible razón, aunque no es la única, está en el hecho de que las autoridades competentes no aplican a rajatabla la Ley de Sanidad Vegetal, que contempla multas de hasta 500 euros por tener los campos sin trabajar. Hay otras leyes que, incluso, hablan de expropiaciones temporales. Y no hace falta ir muy lejos para comprobar que la Marina Alta sigue la tendencia general. Caldentey, en calidad de director técnico de la empresa Buscatierras, Agencia de Dinamización Rural, conoce de primera mano la situación actual, ya que ha trabajado en localidades como Teulada, Poble Nou de Benitatxell, Gata de Gorgos, Benigembla, la Vall d’Ebo, Xaló, Beniarbeig, etc.
Las propiedades agrícolas siempre se han cedido, alquilado o se han trabajado mediante aparcería o “medianeros”. Un trabajo que coordinaba el corredor de fincas o de tierras, una figura que hoy en día ya no existe. La alternativa son los Bancos de Tierra, que consiste en un registro de campos que sus propietarios están dispuestos a ceder o alquilar a profesionales en activo -que buscan ampliar la cantidad de tierras que ya trabajan- o a personas que quieren iniciar una nueva actividad agraria. Y también a los menos experimentados que “han debutado” -por decirlo de algún modo- con los huertos urbanos y ahora se ven capacitados para cultivar una parcela un poco más grande para autoconsumo.
El Banco de Tierras es una herramienta que funciona, con los números en la mano. En Benigembla se han recuperado 45.000 metros cuadrados de olivar y en Teulada cerca de 80 hectáreas de viñedos, por citar un par de ejemplos. Pero hay todavía mucho por hacer porque en la Vall d’Ebo hay más de 95.000 metros cuadrados de tierra fértil y Xaló dispone de 617 hectáreas distribuidas en 382 parcelas agrarias abandonadas, según los datos de 2021.
VOLUNTAD POLÍTICA PARA BUSCAR RECURSOS
Pero el Banco de Tierras no es la panacea, el remedio a todos estos males y hay que complementarlo con otras iniciativas. Es cierto que no hay un relevo generacional para trabajar las tierras “porque no se anima a los jóvenes, todo lo contario. Se les dice que estudien y se les orienta a especialidades como la inteligencia artificial o la informática, dos disciplinas que no producen alimentos, como la agricultura”, comenta Caldentey. Hay, en cierto modo, un menosprecio o un menoscabo por las labores agrarias. “No es cierto que el campo no da para vivir”, añade el técnico, “sino que hay que orientarse bien. Si vas a vender tus productos a las grandes superficies, no te darán lo que mereces. Hay que buscar mercados de proximidad, crear cooperativas y buscar sinergias positivas. Si se acaban los agricultores, todo vendrá de fuera y los precios serán más caros”.
Los políticos y autoridades gubernamentales tienen mucho que decir y hacer en esta materia. Primero, hay que reducir la burocracia, el papeleo, a la hora de emprender cualquier iniciativa o reclamar algún tipo de ayuda o subvención. Y, segundo, invertir más en el sector en aspectos como, por ejemplo, el agua para riego. Caldentey propone gastar dinero en la reutilización del agua de las depuradoras y que no se desperdicie vertiéndola al mar. Se podrían crear depósitos de agua tratada y bombas impulsadas con placas solares para canalizarla y que los agricultores dispongan de agua suficiente para tener un sistema de riego por goteo y, de este modo, asegurar las cosechas. “Creo que hay una clara falta de voluntad política en este sentido. Y más ahora cuando hay fondos económicos de la Unión Europa para invertir en proyectos de comunidades de regantes y para construir infraestructuras hidráulicas”, asegura el técnico agrícola.
No hace mucho tiempo, una pandemia paralizó el mundo entero y nos hizo mirar hacia lo importante. Nos hizo valorar y comprender la importancia de la agricultura, la ganadería y los oficios rurales. “Está muy bien vivir del turismo, tener fábricas y polígonos industriales. Pero lo que es cierto es que todos los días vamos a necesitar a agricultores y ganaderos, por lo menos, tres veces al día para poder comer”, subraya Caldentey. Ahora, según su opinión, toca poner de nuestra parte. No es el fin de los tiempos. Esto tiene arreglo, pero lleva trabajo. “Ahora”, concluye, “necesitamos ir al revés. Hay que crear conciencia, empezando por los más jóvenes, de que es necesario trabajar y cuidar el campo. Bien formados e instruidos”.