In conversation with / en conversación con  Josep A. Gisbert Santonja: Dénia, el lugar donde Castelar encontró refugio

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  01/05/2022

 

R.R.F.

 

La correspondencia ha sido durante siglos el modo de comunicación habitual. Escribíamos cartas para dar a conocer buenas nuevas -o no tan buenas-, para felicitar a alguien, manifestarle nuestro dolor, interesarnos por él o contarle cómo nos iban las cosas. Eran un elemento más de socialización. Los avances tecnológicos han desplazado al correo convencional, que ha sido sustituido por el electrónico y por los mensajes de WhatsApp, ambos mucho más inmediatos. Lejos quedan aquellas bellas misivas en las que uno se esmeraba en el estilo y se esforzaba por cuidar el lenguaje.

A través de las cartas han llegado hasta nosotros informaciones relevantes sobre acontecimientos, descubrimientos y hechos históricos, y también rasgos del carácter o el modo de proceder y comportarse de personajes destacados que nos han ayudado a conocerlos y entender mejor su comportamiento. No hace mucho, aparecía en el mercado del coleccionismo una carta de Emilio Castelar fechada en Dénia el 11 de agosto de 1889. Se suma a otras, ya conocidas, que el presidente de la Primera República envió desde la ciudad, un lugar donde tras dejar el cargo -y como él mismo escribía- encontró “refugio” en numerosas ocasiones.

El arqueólogo Josep A. Gisbert nos acerca a la figura de Emilio Castelar Ripoll, un gran orador y político respetado que hizo amigos en Dénia y gozó a finales del siglo XIX de muchas de las bondades de este próspero municipio del Mediterráneo.

 

La finca La Zenia, situada en el Assagador d’Aranda, fue el lugar donde Emilio Castelar Ripoll pasó varias temporadas en Dénia. Era propiedad de José Oliver Aranda, uno de los prohombres de la ciudad ligado a su actividad cultural. Con él y con su esposa, Elena Morand Morand, entabló una buena amistad que queda reflejada en lo correspondencia que intercambiaron.

            El nieto de José Oliver y Elena Morand, Emilio Oliver Sanz de Bremond, catedrático y doctor en Filosofía y Letras, realizó su tesis doctoral (“Castelar, periodo revolucionario español 1868-1874”) sobre este ingente político y escritor. El motivo no fue otro que el interés que le despertó su figura por la fuerte amistad que lo unió a sus abuelos. Así se lo contó a Josep A. Gisbert durante una de las visitas que realizó a su casa a principios de los años 80 del siglo pasado. Le habló de cómo Castelar disfrutó en La Zenia de varias estancias en verano e incluso en el otoño y además le mostró la máscara mortuoria del político, que todavía conservaba como original -algo que habría que corroborar, ya que podría tratarse también de una copia- y que sigue en manos de la familia.

            La Zenia es una magnífica casa del siglo XIX situada a los pies del Montgó y próxima al mar. El edificio, propiedad ahora de la familia García Terol y que se encuentra en venta, goza de protección y es un claro ejemplo de las construcciones de estilo victoriano que se levantaron en aquella época en Les Rotes y sus alrededores. Todavía se aprecia en la fachada la preciosa cenefa de cerámica original, así como la teja plana marsellesa utilizada para su construcción.

            El poeta Francisco Brines, de cuyo fallecimiento pronto se cumplirá un año, comentó en una ocasión a Gisbert que durante una lectura literaria en la que participó en Andalucía conoció a un descendiente de Emilio Castelar que le habló de las raíces que unían a su madre con Dénia. Fuese o no ese el motivo, lo cierto es que él encontró en la ciudad un buen lugar donde retirarse a descansar. Lo hizo en varias ocasiones hasta años antes de su muerte, acaecida en 1899, muchas veces en la casa de José Oliver Aranda, quien le abriría sus puertas por amistad y también por afinidad política.

            Sus visitas a Dénia, como indica Josep A. Gisbert, quedan reflejadas en un artículo sobre la correspondencia interna de Castelar que Emilio Oliver Sanz de Bremond publicó parcialmente en la revista Dianium en el año 1982. Las cartas que recoge llevan fecha de los años 1880, 1883, 1890 y 1893, esta última escrita con motivo de la muerte de la esposa de José Oliver Aranda, a quien se dirige con un familiar “Pepe”. El autor del artículo la describe como una “carta íntima, familiar (…), sentida, musical en su prosa, en sus giros” (…). “Se hace en ella partícipe de dolor y la expresa de forma que viene a romper todas las anteriores exposiciones de cartas convencionales”, precisa. “Esta -añade Oliver Sanz de Bremond - tiene ya el inconfundible estilo castelariano”. “Sin ropajes barrocos que alarguen sus ideas (…). Este es el Castelar concreto, conciso, de párrafo recortado pero a la vez -dirá más adelante- el de su indiscutible modo de decir cuanto siente, jugando como muy pocos con la lengua castellana”

 

            “Madrid 2 de mayo de 1893.

Querido Pepe: No puedo avenirme a que nuestra querida Helena se haya muerto. Cada vez que invoco ese campo hermosísimo en la memoria creo verla bajo los árboles de su quinta, y ori el eco de aquella hermosa voz que me recordaba por su dejo melodioso levantino, la voz de todas las santas y queridas mujeres de mi familia ya muerta. No podemos hacernos a esta brutalidad enorme de la Naturaleza implacable, indiferente, sin entrañas, deja un precioso nido como esa casa de V. sin la madre que lo cobijaba con sus alas y le difundía el calor de la vida, y lo acercaba con sus caricias al cielo. Herir a V. en el corazón así, herir a los chicuelos, herirnos a todos cuantos la quisimos y la veneramos: qué crueldad. Muchas veces, en las amarguras connaturales a nuestra vida, yo he vuelto hacia Dénia los ojos y heme dicho, como tendría entre sus vides y olivares, al pie de sus montañas, a orillas de su mar, un refugio dentro de esas casas donde transcurrieron días varios de mi vida. Pero mucho mayor que Helena, doblándose casi la vida, uno pensaba también ahí encontrarlas siempre, viéndola presidir los inocentes recreos de nuestras expediciones y las comidas en las mesas elevadas por su virtud sencilla y por su bondadosa conversación a verdaderos altares. Mas no quiero ir ya, pues había de tropezar por todas partes con cadáveres. Muerto Elías Martínez en Valencia, muerto Pepe Dolz en Alcira, muerta su Helena en Denia; el viaje se parecería de suyo en la visita a un cementerio. Conozco que le apeno en vez de consolarle. Yo no creo en clase ninguna de consuelo más que en la esperanza de hallarnos otra vez lo que tanto en este bajo mundo nos quisimos, sobre las alturas de otro mundo mejor.

Suyo,

Emilio”

 

Elena Morand Morand falleció el 15 de abril de 1893 de meningitis aguda a los 38 años de edad, según recoge el historiador Javier Calvo en su libro Dianenses del siglo XIX. El matrimonio tuvo seis hijos.

Calvo, apunta Gisbert, estudia en mayor profundidad la figura de José Oliver Aranda en su tesis doctoral y en el libro Evolución Política de Dénia a lo largo del siglo XIX y el inicio del XX, editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante. El arqueólogo lo define como “un personaje con luz propia”, amigo de la facción republicana que representaba Emilio Castelar pero también “una persona culta que participó en todas las gestas culturales de la Dénia de finales del siglo XIX nacidas al abrigo de la bonanza económica derivada de la producción y comercio de la pasa”.

 

“Nuestra Dénia”

En otra de las cartas que forman parte de la correspondencia privada de José Oliver y Emilio Castelar, este último -que ya había dejado de ser presidente de la República pero seguía siendo todavía una persona muy influyente, además de un prolífico escritor, y que atravesaba una etapa de apuros económicos- pide a su amigo de Dénia 24.000 reales para poder entregar a Montaner y Simón, la editorial en la que publica, un anticipo destinado a la financiación de la edición de su obra monumental La revolución religiosa. Oliver accede con gusto a satisfacer la petición de su amigo y referente político, recuerda Gisbert.

            El 10 de noviembre de 1880, Castelar escribe desde Madrid a otro conocido natural de Dénia que reside en Valencia, Antonio Devesa, a quien le dice que “no me olvido ni un minuto de nuestra Dénia”. Su amor por la ciudad, donde según se desprende hizo buenos amigos y de la que guardaba gratos recuerdos, queda reflejado también en otra misiva dirigida a José Oliver Aranda, escrita el 26 de noviembre de 1883, donde habla de ella como “el paraíso terrenal”.

 

            “Querido Oliver: ¡Cuántas satisfacciones le debo a V. por no haber ido ha Denia este Otoño como ardientemente deseaba! Pero hubo mis dificultades. Fue la primera el movimiento militar de Agosto que quitó seguridad al viaje de un político tal como yo por provincias.

            Fue la segunda el estado de Concha tan mejorada en el Norte y el natural temor de un retroceso en largo viaje y en otro clima. Luego un amigo mío necesitaba de mi natural influencia en el gobierno de Suiza para un asunto de vida o muerte y le acompañé, pues sin mí nada hubiera conseguido de lo que consiguió y necesitaba. Por consiguiente, ahí tiene V. las explicaciones claras de mi abstención muy sentida.

            No pienso por ahora viajar. Mas yo le prometo que el Otoño próximo ése paraíso terrenal será con nosotros y en su hermosa casa he de pasar un mes entero sin trabajar consagrado solamente a la contemplación mística de campos y de cielos. Como a Enrique también le escribo él lleva la parte política de mi carta. Y se la recomiendo por interesante, pues nos hallamos sobre un volcán materialmente. Póngase a los pies de la incomparable Helena, bese a los niños y mande cuanto guste a su amigo.

Emilio Castelar”

           

            La carta escrita desde Dénia que ha visto ahora la luz en el mercado del coleccionismo va dirigida a Doña Leonor Miranda de Briones. Es la respuesta a una petición de recomendación y está escrita de forma “sencilla y corta”, señala Josep A. Gisbert. Su importancia para nosotros reside, más que en el contenido, en el hecho de que Castelar la escribió durante una de sus estancias en Dénia, en el verano de 1889. No obstante, el texto, aunque breve, da cuenta como la carta de 1883 que hemos transcrito de la influencia que todavía tenía el político que encontró en Dénia un lugar donde descansar y cobijarse. En particular, en esa maravillosa casa de La Zenia que frecuentó y donde a buen seguro compartió amenas charlas y conversaciones con José Oliver Aranda y su familia. “Quién sabe si sentados en un sillón de mimbre, o tal vez en un balancín, a la sombra de la arboleda que la rodeaba, bajo las cornisas de puntillas victorianas… leyendo… o tal vez dejándose maravillar por la cercanía del mar y el ruido de las olas… viendo los mástiles de los barcos agitarse en los meses de agosto y septiembre, en pleno trajín de la pasa”, como dice mi interlocutor. “Imaginemos esa vida retirada de un Emilio Castelar ya entrado en edad y que siempre que pudo”, como él dice, “regresó a su paraíso”.

 

 

UN ELOCUENTE ORADOR

Emilio Castelar Ripoll fue el cuarto presidente de la Primera República Española, entre septiembre de 1873 y enero de 1874, y también presidente del Congreso de los Diputados. Pero además fue un elocuente orador, periodista y escritor que difundió el ideario democrático de su época fuera de España. Fue admirado y reconocido en el extranjero por su obra intelectual y su elocuencia y también fue un europeísta convencido.

            Nació el 7 de septiembre de 1832 en Cádiz, parece ser que de casualidad, ya que su padre había sido desterrado acusado de afrancesado durante la restauración absolutista de Fernando VII. Murió cuando él apenas tenía 7 años y la madre decidió buscar amparo con su familia. Su infancia está vinculada a Elda, la ciudad donde creció y que inspiró algunas de sus obras. Cursaría estudios en el Instituto de Enseñanza Media de Alicante. Estudió Derecho y después Historia y Arte. En 1858 obtuvo la cátedra de Historia de España en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, puesto del que fue destituido a causa de un artículo periodístico contra la reina Isabel II, según consta en la biografía de Castelar que publica la RAE, donde ingresó en 1880 con el discurso titulado Los conceptos fundamentales de nuestra edad y la poesía en ellos contenida.

            Colaborador de varios diarios y creador de su propio periódico, La Democracia, empezó a militar en círculos políticos durante su época de universitario. Se le conoce por su excelente oratoria y también por su amplia producción literaria, que va desde los libros de viajes a la novela, los textos filosóficos o la crítica histórica. De hecho, se le considera uno de los impulsores de la literatura de viajes en España.

            Colaboró en revistas nacionales y extranjeras y tuvo una gran capacidad de trabajo hasta la vejez. Falleció el 15 de mayo de 1899 en San Pedro del Pinatar (Murcia) y fue enterrado en Madrid.

 

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